Un don que acoge

Un don que acoge

Gloria Huarcaya

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Amar es amar a alguien singular, concreto, diferente. Amar es conocerle, acogerle y respetarle en su diversidad. Sin este amado real, cuando el amante sólo se quiere a sí mismo, no hay auténtica relación de amor.

Fragmento Original

“El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de modo diferente a lo que yo desearía” (La alegría del amor, n. 92)

Comentario

El afán de dominio sobre el otro, aunque sea a quien decimos querer, es una tendencia equivocada, que puede anidar en nuestra forma de plantearnos el amor.  En el amor auténtico, el otro diverso, el amado con su propia y diferente personalidad, no es un “tipo al que usar, al que dominar, al que engullir”. Todo lo contrario: es la persona cuya diferencia amamos y respetamos.

La pretensión de moldear al otro a nuestra imagen y semejanza, en función de nuestras carencias, necesidades o intereses, puede ser, desde el principio, una radical manipulación y una expresión de dominio. Servirse de alguien, utilizarlo como medio, no es amor. Es una modalidad del poder y del afán de tener sirvientes.

Esa tendencia a “moldear” al otro, sin dejarle ser quien es, puede disfrazarse de las “buenas” intenciones: “si me quieres, tienes que ser como yo te digo” “lo hago por tu bien” “si me quisieras no serías como eres”, “debes dejar esos gustos, que son manías, que no son los míos y me disgustan”, “o cambias o te dejo”. El otro no es una extensión de nuestro ser, creado para complacernos. El sentido de su vida, aquello para lo que nació, no es ser nuestro esclavo o sirviente, con una sonrisa eterna en la boca como a quien le ha tocado la lotería.

Su individualidad, su concreta personalidad, y su libertad constituyen un don. Sí, un don que acoger. Si le amamos de veras, entonces amaremos su diferencia y sus propias peculiaridades, aunque no coincidan con las nuestras. ¿Por qué razón? Porque son las suyas, las de la persona que amo. Por eso, amar es respetar. Y respetar no es lejanía e indiferencia, sino estima de lo propio y distinto que tiene el ser querido.

Quien no quiere más que esculpir al otro a su propia conveniencia, y no le acepta más que sometido y sumiso, probablemente no le ama, sino más bien se quiere a sí mismo y necesita un sirviente que le adore y obedezca.

Si no nos gustan las maneras y personalidad de alguien, tenemos un tiempo precioso para conocerle y elegir libremente. No lo desaprovechemos, atenazados por miedos o dependencias. Hay que saber no continuar o romper a tiempo. Antes de casarse. Si conocemos a alguien cuya forma de ser y de actuar vulnera nuestra integridad, convicciones morales y conciencia, no debemos abrir ni proseguir un camino que va a conducirnos a la destrucción recíproca.  No debemos elegir lo que será imposible de acoger sin dañarnos.

Temáticas: Amor conyugal