El amor conyugal no consiste sólo en mirarse el uno al otro. Principalmente, es mirar los dos en una misma y única dirección. ¿Cuál? La de nuestra unión. Conservar su vida, hacerla crecer, restaurar sus cansancios y heridas. Ese es el común y unánime proyecto. En el seno de nuestra unión y para que viva, los dos somos uno.
Fragmento Original
“” …prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada”. (La alegría del amor, n.124)
Comentario
Los matrimonios muy veteranos, los de las bodas de oro, tienen mucho que enseñar. Han navegado todos los mares. Han combatido contra todos los abordajes. Han logrado no irse a pique, seguir navegando, la tripulación unida, la proa gallarda cortando olas y desafiando vientos.
Hablo con Natalia días antes de sus bodas de oro de matrimonio. Ella me dice: “miro en perspectiva estos cincuenta años y te puedo decir varias cosas. Cuando me casé siempre pensé que era para siempre. No se me cruzó nunca la idea de que me iba a ir mal. Pensaba que pasara lo que pasara, Edgar y yo lo podríamos resolver juntos. Juntos es la experiencia de ser los dos una única unión, la nuestra, cuya vida no es ni suya ni mía, sino responsabilidad nuestra, conjunta.
Pienso en la época en que nuestros cuatro hijos estaban pequeños y en que muchas veces no dormíamos por atender a los chicos. Y entonces, Edgar siempre me ayudaba sobre todo con sus chispazos de buen humor que hacían que el cansancio fuera menos cansancio. Pienso en los años en que los padres de Edgar estuvieron enfermos y Edgar y yo los atendíamos y repartíamos el día entre el cuidado de los chicos, la atención de mi casa y la de sus padres. Pienso en la época en que no le fue bien a Edgar en el trabajo y en que yo me puse a vender sánguches.
Y al recordar todo esto ¿sabes qué me digo? Que no hubiéramos llegado a nuestros cincuenta años de matrimonio si no fuera porque desde que nos casamos confiamos en la ayuda de Dios y no dejamos de confiar en esa ayuda, porque Jesucristo, como un cómplice íntimo y poderoso, con su gracia y misericordia siempre nos acompañó en nuestro matrimonio.”