Los rostros del amor

Los rostros del amor

Pedro Juan Viladrich

EspañolEspañol | English English

En amor, los rostros del darte, del acoger o del unirte son las virtudes. No vienen de afuera, sino de adentro del amor mismo.

Fragmento Original

“En el así llamado himno de la caridad escrito por san Pablo, vemos algunas características del amor verdadero:

«El amor es paciente,
es servicial;
el amor no tiene envidia,
no hace alarde,
no es arrogante,
no obra con dureza,
no busca su propio interés,
no se irrita,
no lleva cuentas del mal,
no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad.
Todo lo disculpa,
todo lo cree,
todo lo espera,
todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).

Esto se vive y se cultiva en medio de la vida que comparten todos los días los esposos, entre sí y con sus hijos. Por eso es valioso detenerse a precisar el sentido de las expresiones de este texto, para intentar una aplicación a la existencia concreta de cada familia” (La alegría del amor, n.90).

Comentario

En este fragmento, el Papa Francisco recoge el celebrado pasaje sobre el amor de san Pablo en la primera carta a los Corintios (13,4-7). Siglos más tarde, san Agustín dijo contundente que “el orden del amor son las virtudes”. A veces, de sencillo que es el mensaje no acabamos de comprenderlo y, en consecuencia, no lo practicamos en la vida de nuestros amores. Lo que san Pablo y san Agustín dijeron –que muy bien recoge el Papa Francisco- es que las llamadas virtudes son, en realidad, las maneras como, en amor, nos entregamos, o nos acogemos y nos esforzamos por unirnos y mantenernos unidos.

Dicho de otro modo: cuando eres paciente, amas; cuando eres impaciente y te irritas entonces no amas. Cuando vas de soberbio engreído, altanero y dominante no amas; y cuando tienes el realismo de la humildad y no pretender ser más de lo que eres, entonces estás en condiciones de amar. Cuando eres perezoso y antes muerto que ir pronto a ayudar, no amas; y cuando solícito estás dispuesto a echar las manos que hagan falta, entonces amas. Cuando te entristeces o te amargas viendo una cosa buena o un suceso afortunado de tu prójimo, o cuando te sonríes ante su desgracia, esa envidia te impide amar; y cuando te alegras de corazón por las cosas buenas, talentos o gracias del otro, entonces amas. Cuando siempre estás subrayando defectos, viendo lo negativo, jamás apreciando lo positivo de tu prójimo, entonces esa mezquindad te impide amar.  Y así con todas la virtudes, que son los rostros del amor bueno, verdadero y bello.

No te engañes, ni engañes a los demás. Si quieres amar de verdad, serás virtuoso con tus amados. Te gustará mejorar para ellos. Porque el amor, de suyo, en sus entrañas es virtuoso. Si no lo es, entonces tampoco es amor.

Temáticas: Amor conyugal