Dios en su misterio más íntimo es una familia, lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es la comunión de amor. Este amor de unión y vida es el Espíritu Santo.
Fragmento Original
La pareja que ama y genera la vida es la verdadera «escultura» viviente —no aquella de piedra u oro que el Decálogo prohíbe—, capaz de manifestar al Dios creador y salvador. Por eso el amor fecundo llega a ser el símbolo de las realidades íntimas de Dios (cf. Gn 1,28; 9,7; 17,2-5.16; 28,3; 35,11; 48,3-4). A esto se debe el que la narración del Génesis, siguiendo la llamada «tradición sacerdotal», esté atravesada por varias secuencias genealógicas (cf. 4,17-22.25-26; 5; 10; 11,10-32; 25,1-4.12-17.19-26; 36), porque la capacidad de generar de la pareja humana es el camino por el cual se desarrolla la historia de la salvación. Bajo esta luz, la relación fecunda de la pareja se vuelve una imagen para descubrir y describir el misterio de Dios, fundamental en la visión cristiana de la Trinidad que contempla en Dios al Padre, al Hijo y al Espíritu de amor. El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente. Nos iluminan las palabras de san Juan Pablo II: «Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo». La familia no es pues algo ajeno a la misma esencia divina. Este aspecto trinitario de la pareja tiene una nueva representación en la teología paulina cuando el Apóstol la relaciona con el «misterio» de la unión entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef. 5,21-33). (La alegría del amor, n. 11)
Comentario
La familia humana es el mejor reflejo de la naturaleza divina. Las tres Personas divinas unidas en el amor es la mejor imagen de la intimidad humana que el hombre puede encontrar con Dios, porque la tiene inscrita en su naturaleza o, si lo preferimos, en los latidos de su corazón espiritual.
El varón y la mujer con vocación matrimonial, después de un extraordinario coincidir en el espacio y el tiempo, que les hace “encontrarse” y “reconocerse” íntimamente, por amor pueden acogerse y donarse mutuamente, engendrando su propia identidad de esposos en la comunión de sus cuerpos y almas. Esta unión, por ser de amor, es fecunda porque irradia vida, compañía y confianza íntimas, luz y razón de existir. Pero esa fecundidad tiene su culmen en el poder de engendrar vida personal, la de los hijos.
De este modo, la unión de amor conyugal origina, en modo personalizado y amoroso, la genealogía de la consanguinidad. No venimos del azar ciego. Venimos de personas concretas, con nombre y apellido, que nos amaron y nos engendraron de generación en generación. Cualquier otra alternativa a la familia, fundada sobre la unión conyugal de los padres, pone en riesgo o simplemente disocia a la pareja pasajera o temporal, al no ser cónyuges para toda la vida, y fragmenta –desestructura, se dice– a los hijos de sus padres y a los hermanos entre sí, que ya no son del mismo padre y madre, o incluso carecen de uno u otra.
Sin una unión conyugal de uno con una y para toda la vida, la genealogía amorosa y su íntimo parentesco se fragmenta, se tdide y contrapone, y pronto se desmorona. Los amores familiares son vínculos íntimos ente esposos, que son padres, y entre éstos y sus hijos y descendientes. Estos amores manifiestan que somos, en nuestra raíz originaria, seres familiares. Que en familia aprendemos quienes somos y la apertura al otro de la misma carne y sangre, la búsqueda de su bien, el hábito vital de salir del propio egoísmo para preferir y atender lo que necesita el cónyuge, el padre y la madre, el hijo, los hermanos y abuelos. Mediante estos amores originarios, la familia nos promueve la generosidad en el ser don y acogida para los demás. Y crea el hogar: el espacio y los tiempos de la compañía y la confianza íntimas que sólo da el amarse.
No hay clima mejor –más amoroso y humano– para cimentar la historia del crecimiento personal de cada persona a lo largo de su vida que las raíces de la familia.