Siempre podemos reaccionar

Siempre podemos reaccionar

Mariela Briceño

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Somos tiempo. Cuanto somos se despliega mediante diferentes edades. También el amor y la unión conyugal. Hay una edad de oro, la de los matrimonios veteranos. Viven un milagro: su persona puede mostrarse, en ese cuerpo que declina, amando más profundo, intenso y auténtico. Más “joven y vivo”.

Fragmento Original

“(…) la relación íntima y la pertenencia mutua deben conservarse por cuatro, cinco o seis décadas, y esto se convierte en una necesidad de volver a elegirse una y otra vez” (La alegría del amor, n. 163)

Comentario

En nuestra historia de amor, en aquella edad en que nos elegimos por primera vez, nos dimos el uno al otro nuestras edades futuras. Por eso renovamos nuestro amor una y otra vez. Cuando llegan los cambios, le ponemos los crecimientos, calidades y recursos que cada edad necesita.

La esperanza de vida ha aumentado y con ello el número de años de los “veteranos” del amor conyugal. Es decir, las personas mayores con las bodas de oro de sus matrimonios próximas o ya cumplidas. A medida que avanzamos en años, se puede experimentar un hecho extraordinario. El cuerpo pierde fuerzas, energías, declina su actividad, y una serie de “bienes”, como la belleza física, se van esfumando, irremediable e implacablemente, porque eran transitorios. Al mismo tiempo, mientras el cuerpo atardece, podemos experimentar que los valores de nuestro espíritu, lejos de seguir el mismo dinamismo declinante del cuerpo, pueden seguir creciendo sin fin, cada vez más profundos, fuertes y “jóvenes”.

Pongo un ejemplo al alcance de todos los veteranos. Llega nuestro cónyuge, un hijo, o una nieta –alguien que nos importa y amamos- de un largo viaje. Le abrazamos, le damos un beso, le acariciamos la mejilla. Nuestros brazos, labios y manos ya no son los de los veinte años. Tal vez sufrimos cierta artrosis en el hombro, los ojos –tras los lentes– los tenemos algo soterrados en sus cuencas y rodeados de arrugas, los labios han perdido su fresco y carnoso dibujo, y nuestras manos están con arrugas y llenas de manchas.  Y, sin embargo, nuestro espíritu personal, al abrazar, mirarles, besarles y acariciarles no está arrugado y artrítico, sino que puede comparecer en sus ojos, labios, brazos y manos con una intensidad, hondura y verdad amorosa enormes, con una intensa calidez y más honda ternura, y hasta más “joven” o viva que cuando teníamos el cuerpo joven.

¿Cómo éste milagro? Es el milagro del espíritu personal, que es con quien amamos. Cuyos bienes y valores, a diferencia de los del cuerpo, no atardecen y se desvanecen. Pueden crecer sin fin. Ancianos y veteranos, dentro de nuestros ojos cansados y nuestras manos llenas de arrugas, podemos comparecer más tiernos, pacientes, generosos, intensos, afectivos, amorosos. A la belleza del cuerpo sucede la belleza del alma.

En la actualidad, nuestros matrimonios se prolongan en el tiempo, dura por cuatro, cinco o seis décadas. Qué experiencia de renovación y profundidad del amarse es prepararse para esta etapa. Juntos, con las correcciones que hagan falta, nos tenemos que reelegir para conseguir una vida lograda, no un fracaso final. Nos tenemos que ayudar mucho en este objetivo. Darnos el uno al otro el placer de la mutua pertenencia, de la compañía y la confianza íntimas, de tener un compañero y un cómplice hasta que la muerte nos separe. El cuerpo se nos arruga y declina. Nuestro amor, si sabemos hacerlo juntos, puede crecer, renovarse, alcanzar mayores calidades y profundidades en nuestras almas, corazones y espíritu. Vale la pena proponérselo. Ayudarse juntos. Estamos a tiempo. ¿A tiempo, con tantos años?  Estamos justamente en el tiempo. Ahora, con los años, podemos comprenderlo y vivirlo, cuando el cuerpo nos declina, nos renace la experiencia de nuestro espíritu amándonos.

El ejemplo de vida en matrimonios con muchos años de vida es invalorable. Es un testimonio inapreciable para las nuevas generaciones de nuestros hijos y nietos. Significa decirles sin palabras, con el ejemplo vivido, que amarse de por vida es posible, que el amor conyugal se transforma con las edades, que su unión de amor –por debajo de todas las arrugas y achaques del cuerpo–  puede crecer hacia adentro, más sólida y fuerte, más íntima.

Temáticas: Amor conyugal