El amor real es ¡cuerpo a tierra! El amor no es fantasía fuera del mundo, un volar entre nubes, un estar “ido” y evadido de la realidad. El amor verdadero es realismo puro, los pies en el suelo, luchando juntos para darnos a luz la vida “viva” que esconde el rutinario cada día.
Fragmento Original
“… La propaganda consumista muestra una fantasía que nada tiene que ver con la realidad que deben afrontar, en el día a día, los jefes y jefas de hogar >>, Es más sano aceptar con realismo los limites, los desafíos o la imperfección, y escuchar el llamado a crecer juntos, a madurar el amor y a cultivar la solidez de la unión, pase lo que pase.” (La alegría del amor, n. 135)
Comentario
Los que se aman no son fantasmas. Los fantasmas no sudan. Los que no amamos, sí y mucho. Una familia, bien lo sabemos, es una lucha constante, entre todos, por conservar, hacer crecer, y restaurar la vida de nuestra unión y amores. Una lucha en el cada día, en la vida corriente, sacándole la luz del amor: el brillo del cariño, ayudas, apoyos, ternuras, confianza y compañía.
No hay límite para amar, porque puede crecer sin horizonte. Cuando no crece y se estanca, algo estamos haciendo mal. Su crecimiento se cultiva con las actitudes y los gestos de cariño, que adornan una comunicación cálida, fluida, en confianza. Es por esto que el Papa Francisco nos pide repetirnos en familia tres palabras: permiso, gracias y perdón. Significan respeto, corresponderse con prontitud, alegría y buen humor, el corazón tierno y misericordioso. Son tres armas contra nuestros egoísmos, las durezas del maltrato, el peligro del estancamiento rutinario y la desunión.
Mucha gente cree que amarse es un empeño imposible, una ilusión que termina fatal e irremediablemente. El error les viene de suponer que el amor nos cae de afuera, algo que surge, vive y se muere al margen de cultivarlo y cuidarlo. Es un error adolescente; un error que libra de responsabilidades. Pero el amor es todo lo contrario. Surge de nuestro adentro, porque es el modo nuestro de darnos y acoger. No es Cupido, somos nosotros. Y como es modo nuestro de ser don y acogida, es responsabilidad nuestra mantenerse vivos y crecer. La vida de nuestros amores, de nosotros depende. No sea que acabemos echándole las culpas al clima, a las deudas o al gobierno.
El amor conyugal se cuida aplicándole las virtudes personales, dialogando, dándonos tiempo… subrayando la importancia al otro. Todo esto es muy real, porque su lugar y tiempo de ocurrir es en la vida cotidiana. El amor idílico en el país de la fantasía, mágicamente perfecto, donde todo es un fácil bienestar, es una fuga de la realidad. Pero esta falsedad está haciendo daño a los jóvenes que quieren encontrar rápidamente lo que las propagandas les muestran.
Lo más real es amarse en cada minuto de la vida corriente, los pies en el suelo, en la tierra donde, para hacer camino, encuentras piedras, hoyos, sudor y esfuerzo. Si no desarrollas tus virtudes personales y las aplicas a tus amores, éstos se asfixiarán en la atmósfera de tus egoísmos. El día corriente y ordinario, de quienes se aman, es la zarza que ponen a arder con ese fuego que no calcina ni se consume. En cambio, en la nube mágica de la fantasía irreal, el amor se enciende, desde luego que sí, pero con un fuego que lo reduce a cenizas en menos de lo que canta un gallo. El amor sin virtudes calcina.