Cada amor constituye una gran historia, “la suya”. Nos resulta sencillo constatar esa realidad verdadera con solo pensar en “la nuestra”. Viviríamos escuchando historias de amor sin reparar en que está en nuestras manos incrustar el amor como el “hilo” conductor entre la secuencia de acontecimientos y ciclos de los que somos partícipes en nombre de la familia. Aportaremos unidad y finalidad, en vez disonancia, despropósitos y roturas.
Fragmento Original
“La Biblia está poblada de familias, de generaciones, de historias de amor y de crisis familiares, desde la primera página, donde entra en escena la familia de Adán y Eva con su peso de violencia, pero también con la fuerza de la vida que continúa (cf. Gn. 4), hasta la última página donde aparecen las bodas de la Esposa y del Cordero (cf. Ap. 21,2.9). Las dos casas que Jesús describe, construidas sobre roca o sobre arena (cf. Mt. 7,24-27), son expresión simbólica de tantas situaciones familiares, creadas por las libertades de sus miembros, porque, como escribía el poeta, «toda casa es un candelabro»” (La alegría del amor, n.8).
Comentario
Constituye un grave error asociar el amor a un mero sentimiento que, así como se inicia, acaba, porque corre el grave riesgo de quedarse estancado en la emoción y en la pasión.
Es extraordinario en cambio, comprender en la lectura de la Biblia cómo todos los amores, empezando por el Amor de Dios Trino, contienen una historia inigualable y no siempre perfecta que pide llevarse a cabo, desplegarse porque el amor verdadero tiene adentro un relato que vivir. Con el poder de la libertad de los que se aman, cada historia constituye una primicia, está abierta a una inigualable novedad para engendrar su propio relato y convertirlo en narración vital. Constituirá, además, aún al margen de nuestra voluntad, una historia que puede contarse a otros, que otros ven y comentan, que les ilustra positivamente o no: a nuestros hijos y nietos.
Cada familia, con las grandezas y errores de sus múltiples y diversos vínculos amorosos, es una historia de historias, un relato de relatos. Así pues, todas las familias contienen las tradiciones y leyendas de sus generaciones que continuamente nos recordarán nuestras raíces y sus frutos. Nuestra existencia no es un albur ni una casualidad, somos producto, con sus más y con sus menos, de personas que nos amaron: padres y madres, abuelos y abuelas, tíos y tías, primos y primas. De algunos ya podremos decir que nos amaron hasta la muerte. Además, extenderemos y ensancharemos la familia con hijos e hijas, nietos y nietas. Menuda responsabilidad y compromiso de cariño que ¿pesa? sobre nuestras fornidas o débiles espaldas.
Vamos reparando en que las historias familiares son narraciones de la vida de personas libres, y ojalá rendidos al amor, pero sin perder de vista que la libertad puede usarse para vivir luces o sombras, bondades o maldades, lealtades e infidelidades, entregas generosas o dominaciones egoístas y crueles, indulgencias o revanchas, grandezas heroicas o mezquinas cobardías. La Biblia es el ejemplo de los ejemplos, de relatos en los dos extremos, profundas enseñanzas acerca del amor verdadero, pero también de desamores, violencias e infidelidades. Todo nos enseña, porque todo eso puede ocurrirnos a nuestros amores y vidas. Pero en sus narraciones luminosas y ejemplares, se nos confirma y catequiza, ilustra y alecciona en el buen amor y se nos da la gracia y fortaleza para vivirlo y ponerlo por obra.
Su lectura nos llevará a mirar las cosas cotidianas desde una perspectiva más sobrenatural y aunque ordinariamente escuchamos que toda persona debería tener alguien que la ame, repararemos en que hay una verdad en verlo al revés: toda persona debería tener alguien a quien amar y procurar hacerlo con la mayor perfección humana posible. Imprescindible tarea que nos mantendrá ocupados en adelante para que nuestros pensamientos, acciones y decisiones se orienten priorizando a quienes amamos y a quienes debemos amor.