Obras son amores… No deshojes una margarita tras otra. Si sólo es bla, bla, bla, y nunca hechos, si te promete y jamás cumple… es un ¡bluf!
Fragmento Original
“Como decía san Ignacio de Loyola “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. Así puede mostrar toda su fecundidad, y nos permite experimentar la felicidad de dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente sin medir, sin reclamar pagos, por el solo gusto de dar y recibir”. (La alegría del amor, n. 94)
Comentario
Obras son amores y no buenas razones, dice un viejo refrán y qué certero resulta. Con el paso de los años, cuando el poder de las emociones se ha proporcionado, y la razón nos descubre nuestras debilidades, entonces se nos plantea con mayor claridad la exigencia de seguir amando al otro, a través de las obras buenas, aunque a veces el estado de ánimo o las ganas no nos acompañen. Las palabras y las promesas suenan huecas sino no van acompañados de acciones que reflejen nuestra mejor entrega, nuestro dar sin medida.
¿Y cuál es el escenario de esa entrega? La vida corriente. Desde levantarse sonriente –y no refunfuñando–, ofrecer gestos amables y cariñosos, preocuparse y atender a los que amamos.
Amamos como somos. También con nuestras perezas, cansancios, pulso bajo, sin ganas de nada salvo que nos dejen en paz. Tenemos la tentación de pensar que sólo hay amor si estamos vibrantes, apasionados, en pleno fervor y energías. Seamos reales. Así de pletóricos y frescos no estamos siempre, ni podríamos estarlo sin reventar. Nos cansamos, hay días que nos da pereza todo, que no estamos para nada… Somos así. Tenemos límites y defectos. También entonces amamos, quizás contra corriente de nosotros mismos, con mayor mérito y entrega. En esos momentos, tener una acción amorosa –una caricia, una mirada llena de ternura, un pedir disculpas con una sonrisa, u obrar a favor del amado venciendo nuestra pereza– vale más que mil discursos sobre el amor.