Cada unión de amor conyugal puede ser una historia fuerte, llena de eventos intensos, extraordinariamente humana, real y bella. Podemos hacer de ella un cuento barato y corto. Podemos vivirla como grandes artistas. Nuestros hijos son los espectadores. Siempre sentados, gratis, en primera fila.
Fragmento Original
“… necesitamos ayudar a los jóvenes a descubrir el valor y la riqueza del matrimonio. Deben poder percibir el atractivo de una unión plena que eleva y perfecciona la dimensión social de la existencia, otorga a la sexualidad su mayor sentido, a la vez que promueve el bien de los hijos y les ofrece el mejor contexto para su maduración y educación.” (La alegría del amor, n. 205)
Comentario
Gina y Liliana son amigas desde hace tiempo. Las dos son profesionales jóvenes. Les acaba de llegar la invitación al matrimonio de Adela, una compañera de la universidad. Gina está sorprendida con la invitación: “qué loca, casarse!” –dice de la novia-. “Pero si recién ha terminado la carrera! ¡No ha disfrutado de la vida!”.
Liliana le responde: “Gina, ¿qué tanto miedo le tienes al matrimonio? ¿Cómo que Adela no ha disfrutado de la vida? ¡Casarse es lo más bonito que le puede pasar a Adela! ¿Te imaginas lo que vale poder compartir con el chico que quieres un proyecto común que durará por todo el resto de tu vida? ¿Te imaginas lo que vale poder formar una familia con él? Tener hijos, formarlos. Vivir con la satisfacción de que luchas junto a él cada día para hacer de tus hijos chicos y chicas personas buenas, amadas, alegres de vivir.
Afrontar con la persona que quieres todos los desafíos que la vida les ponga por delante. Compartirse íntimamente, como cómplices leales y fieles, ayudarse y darse compañía… es lo máximo. No encontrarás eso en ningún otro lugar. No sólo ver crecer a tus hijos sino a tus nietos. De tu propia carne y sangre. Gina, imagínatelo y verás cómo Adela no está loca sino muy cuerda.”