El primer sujeto, el agente más activo, para transmitir la fe dentro de una familia -entre padres e hijos, entre abuelos y nietos-… es la propia familia, la concreta, la tuya.
Fragmento Original
“La Iglesia quiere llegar a las familias con humilde comprensión, y su deseo «es acompañar a cada una y a todas las familias para que puedan descubrir la mejor manera de superar las dificultades que se encuentran en su camino» {…} No basta incorporar una genérica preocupación por la familia en los grandes proyectos pastorales. Para que las familias puedan ser cada vez más sujetos activos de la pastoral familiar, se requiere «un esfuerzo evangelizador y catequístico dirigido a la familia», que la oriente en este sentido. «Esto exige a toda la Iglesia una conversión misionera: es necesario no quedarse en un anuncio meramente teórico y desvinculado de los problemas reales de las personas”. (La alegría del amor, n. 200 y 201)
Comentario
Hay que decirlo con rotunda claridad: el rancio lenguaje “clericalizado”, que usa manidos términos “pastorales”, resulta extraño a la familia, “no le entra”, por la sencilla razón que la familia no habla ni se comunica con esos códigos lingüísticos. Más naturalidad, por favor. Menos “pastoralismos”. Por ejemplo, el padre o la madre o la abuela, o marido y mujer, no son “misioneros de la pastoral familiar”, son esposos, padres o abuelos.
Es clave concienciar a las familias para que, desde adentro, fomenten el amor entre los cónyuges y entre todos los miembros de la familia. Hay que hacerlo al vivirse como esposos, padres, madres, hijos, hermanos o abuelos. No puede este objetivo quedar en palabrería abstracta, generalista. Es necesario orientar a las parejas en el modo concreto, el de la vida corriente, de prevenir las fricciones, producto de la convivencia, así como los modos de comunicar e integrar las diferentes culturas familiares de las que procede cada uno de los cónyuges.
Los antecedentes y experiencias familiares de cada uno, si no se conocen, conversan, y respetan, pueden ocasionar que los esposos tengan visiones diversas de la vida, la familia y el propio matrimonio y esas diferencias les distancien o, incluso, enemisten.
Es un reto conciliar estas visiones, aprender a integrar lo que cada una tiene de valioso, evitar desprecios y humillaciones, encontrando medios y cauces para evitar que se conviertan en discusiones o conflictos, en muros de incomunicación. El buen amor ayuda, sobre todo si le acompañan la inteligencia y su sabio realismo, las ganas de compartir, pocas terquedades y altanerías, y sencilla humildad entre ambos. No en abstracto, sino en concreto, a cada uno en singular de nuestros familiares.