Hablando con Dios

Hablando con Dios

Carlos E. Guillén

EspañolEspañol | English English

¿Un consejero, un terapeuta, un cómplice… para las luces y sombras de tus amores? Prueba con Dios. Es omnipotente. Es gratuito. Abierto las 24 horas. Y te conoce mejor que tú a ti mismo.

Fragmento Original

“Los pastores debemos alentar a las familias a crecer en la fe. Para ello es bueno animar a la confesión frecuente, la dirección espiritual, la asistencia a retiros. Pero no hay que dejar de invitar a crear espacios semanales de oración familiar, porque «la familia que reza unida permanece unida». A su vez, cuando visitemos los hogares, deberíamos convocar a todos los miembros de la familia a un momento para orar unos por otros y para poner la familia en las manos del Señor. Al mismo tiempo, conviene alentar a cada uno de los cónyuges a tener momentos de oración en soledad ante Dios, porque cada uno tiene sus cruces secretas. ¿Por qué no contarle a Dios lo que perturba al corazón, o pedirle la fuerza para sanar las propias heridas, e implorar las luces que se necesitan para poder mantener el propio compromiso?” (La alegría del amor, n. 227)

Comentario

Plantearse amar de verdad es abrirse al sentido, al origen y al destino de tu vida. Este escenario profundo, que te toca hasta las entrañas, es particularmente fuerte en el amor conyugal, en sus luces y sombras, en su navegación sin naufragios.

A veces, los esposos buscan consejo, consolación, comprensión, fuerza y luz. ¿Dónde?  En mil sitios, hasta en las secciones de las revistas. Hay que hacerlo con Dios, que te conoce más que tú a ti mismo, que te ama sin condiciones ni reservas, que sabe qué te pasa, por qué te pasa y como superarlo creciendo, sin destrozarte ni arrasar a los demás. Hablar con el Dios de nuestros amores, nos hace conocernos mejor, mejora nuestras terquedades, rabias y resentimientos. Nos abre, suaviza y anima.

Que los mismos cónyuges, precisamente por tales y por amarse mejor, se animen a desarrollar cada uno su vida cristiana. Esto no significa abandonar a la familia, sino justamente buscar la luz y la fuerza para poder sacarla adelante. Nunca se debería burlar uno de la espiritualidad del otro.

Si amamos de veras al otro, nunca nos debemos permitir herirlo con expresiones como: “tú que rezas tanto”, “tú que tanto te golpeas el pecho”, “tú que vas a Misa”, “tú que dices que te confiesas”, etc. Negarle al cónyuge la gracia de Dios o desanimarlo en su camino interior es una maldad, desde luego; una falta de amor, sin duda; pero sobre todo es una enorme tontería. Dios es la garantía final, el fundamento más profundo, la luz más esclarecedora, de cuanto nos sucede. No nos quita nuestra condición humana, sus limitaciones y defectos, pero nos los hace reconocer y nos da la fuerza, el ánimo y la alegría de corregir y mejorar. Sin eso…

Temáticas: Espiritualidad