Hay una mística en la familia. Cada uno de los amores familiares contiene una experiencia de unión íntima con Dios. En cada uno es intensa, diferente, profunda, con incesantes paisajes inéditos, dura toda tu vida. ¡Prueba a vivir esa fascinante experiencia!
Fragmento Original
“Una comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria y de crecimiento místico, un medio para la unión íntima con Dios. Porque las exigencias fraternas y comunitarias de la vida en familia son una ocasión para abrir más y más el corazón, y eso hace posible un encuentro con el Señor cada vez más pleno…. Puesto que «la persona humana tiene una innata y estructural dimensión social», y «la expresión primera y originaria de la dimensión social de la persona es el matrimonio y la familia», la espiritualidad se encarna en la comunión familiar. Entonces, quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia los aleja del crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza para llevarles a las cumbres de la unión mística” (La alegría del amor, n. 316)
Comentario
Cuando me educaron de pequeño, hace muchas décadas, no me dijeron nada de lo que enseña el Papa Francisco en La alegría del amor. ¡Ojalá me lo hubieran enseñado a tiempo! ¡Menuda luz y compañía habría tenido a lo largo de la vida y sus pruebas! ¿A qué me refiero? Pues, entre otras cosas, a la presencia en mis amores y vínculos familiares de la mismísima Trinidad.
Y esto me sugiere el texto del Papa Francisco. Hay una mística propia en la familia. Dios es eterna e infinita comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y esta “familia” de la Trinidad, es el ejemplar a cuya imagen y semejanza fuimos creados, por amor y para amar, como seres familiares. No somos familia por imagen y semejanza con plantas y animales. No somos familia porque seamos una especie viva más y tenemos que reproducirnos. Cada uno de nosotros, una singular e irrepetible persona encarnada masculina o femenina, es imagen y semejanza de Dios Trino. Nos parecemos más a Dios que a los animales. Por eso somos esposos, padres y madres, hijos, hermanos, abuelos y nietos. Y esos nombres tan personales, los que somos unos con otros en el seno de nuestras familias, son vínculos íntimos e historias vividas de amor, que ni por asomo pueden ser las plantas o los animales.
En cada uno de nuestros vínculos familiares hay una específica imagen y semejanza del Amor de la Trinidad. El amor de esposos, padres y madres, hijos y hermanos… Por eso, cuando vivimos la verdad, bondad y belleza que contienen cada uno de los vínculos familiares y cuando lo hacemos con la inteligencia, libertad y gratuidad propias del amor entre personas, estamos, por eso mismo, dando pasos concretos en nuestra unión íntima con Dios. Es la “mística” de la Familia. En cada entrega, en cada acogida, en cada esfuerzo de sostener viva la unión, que nos pide el cada día de cada amor familiar, comparece el Espíritu de Dios, el Amor mismo, como inspiración, compañero y cómplice, consuelo y fortaleza, luz tierna y maestro de amor. En estas escenas de la vida familiar surge la experiencia íntima, concreta, extraordinariamente personal, de encontrase y unirse con Dios trino.
Cambia la visión que puedas tener de tus vínculos familiares. Tal vez sea demasiado superficial, convencional y rutinaria. Antes que institución social, la familia es el seno de tu intimidad amorosa y el lugar concreto de tu encuentro con Dios. Prueba en serio, en el fondo desnudo e íntimo de tu corazón, a llamar al Espíritu de Dios: ¡“vente conmigo a vivir mi familia…, sé mi amigo y compañero en lo que soy y me toca vivir como esposo, padre, madre, hijo, hermano, abuelo o nieto”! Comparte la experiencia de esta invocación, en la dosis que puedas, con tus familiares. Prueba, persevera, confía… y verás como el Espíritu de Dios os viene adentro y os enseña a amar más y mejor.