Como la Iglesia “vive de la Eucaristía”, también la familia.
Fragmento Original
“El camino comunitario de oración alcanza su culminación participando juntos de la Eucaristía, especialmente en medio del reposo dominical. Jesús llama a la puerta de la familia para compartir con ella la cena eucarística (cf. Ap. 3,20). Allí, los esposos pueden volver siempre a sellar la alianza pascual que los ha unido y que refleja la Alianza que Dios selló con la humanidad en la Cruz. La Eucaristía es el sacramento de la nueva Alianza donde se actualiza la acción redentora de Cristo (cf. Lc. 22,20). Así se advierten los lazos íntimos que existen entre la vida matrimonial y la Eucaristía. El alimento de la Eucaristía es fuerza y estímulo para vivir cada día la alianza matrimonial como «iglesia doméstica»” (La alegría del amor, n. 318).
Comentario
Los sacerdotes tenemos esta experiencia: familia que deja la Misa dominical, es familia que deja también la oración, la confesión, la dirección espiritual, y así poco a poco cada vez se distancia más de la santificación de su vida familiar. Es como una pendiente resbaladiza. No me refiero a los casos en los que verdaderamente no se puede ir, ni a que la asistencia a Misa signifique que todos son unos santos en esas familias. No. Pero sí es un punto crítico. Tampoco se trata de ir a Misa de cualquier manera (en medio de gritos, enfados, faltas de caridad, etc.). Ciertamente a la Misa hay que llegar habiendo dedicado los padres y hermanos mayores tiempo a elevar el ambiente amoroso, la temperatura espiritual de la familia y a avivar la fe de cada uno. Es ir preparando uno a uno para ese encuentro con Jesús. Si cuando vamos al cine, elegimos película y comentamos por qué esa y no otra. ¿Por qué no hablamos de lo que vamos a encontrarnos en Misa, cuando vamos juntos? En un punto de este mismo capítulo decía el Papa que la espiritualidad familiar es “la espiritualidad del vínculo habitado por el amor divino”. El amor de vínculo es aquel amor que constituye nuestra identidad debida en justicia a los amados: soy tu padre, tu madre, tu hijo, tu hermano, tu marido o esposa. Soy ese amor que debo a los míos. Es justamente ese amor el que se renueva en la comunión eucarística. Y aquella alianza nupcial que dio origen a esta nueva familia, se reafirma y se renueva también, participando de la Alianza indefectible de Dios con la humanidad.