Ver a nuestros padres, como pareja, cómo se aman bueno y de verdad… nos conmueve adentro, nos enseña de golpe sin discursos. Nos impulsa a vivir lo mismo. Ese amor es el que queremos para nuestras vidas.
Fragmento Original
“Es fundamental que los hijos vean de una manera concreta que para sus padres la oración es realmente importante.” (La alegría del amor, n. 288)
Comentario
Una de las más conmovedoras experiencias de los hijos es ver rezar a sus padres. juntos como esposos. Y darse cuenta, sin palabras, que es una de las expresiones de amor y de unión que poseen ambos, no cada uno por su lado, sino juntos como pareja amorosa. Para los hijos, esa experiencia del amor rezando y del orar amándose es una enseñanza vivida del amor y la unión conyugal de sus padres, que les permanecerá toda la vida.
Probablemente, esos padres no han caído en la cuenta. Sin pretenderlo, pero viviéndolo, están enseñando a sus hijos una extraordinaria y fascinante lección: que la oración es una forma del amor. Es un convivirse juntos, como esposos, con Jesucristo. Estamos ante una experiencia concreta, sencilla y profunda del sacramento del matrimonio.
Como nos lo ha dicho el Papa Francisco, la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción. Sucede lo mismo con la transmisión de la fe en la familia.
Los padres no pueden pretender exigir a sus hijos una vida piadosa si ellos mismos no les han dado muestra de piedad. A los hijos nos es difícil creer que algo es bueno para nuestras vidas si vemos que nuestros padres no lo viven. Más allá de lo que puedan enseñarnos con palabras, sermones o discursos, son sus actos y sus hábitos amorosos, reales, cotidianos, naturales y espontáneos, los que nos marcan profundamente.
Saber que nuestros padres encuentran en Dios su roca de fortaleza y que le agradecen todo lo bueno de sus vidas es una luz que ilumina el camino personal. Hace crecer la confianza que uno mismo va depositando en Dios, porque la aprende del confiar en sus padres y del sentirse muy adentro hijos suyos.