¿Cuál es la mística propia de los esposos? La de unirse a Dios viviendo su unión conyugal. Fundándola, conservándola, haciéndola crecer, y restaurándola de sus desgastes. ¿Cómo? Con mutuo amor fiel, libre, gratuito, fecundo y definitivo. Así nos ama Dios.
Fragmento Original
“En el matrimonio se vive también el sentido de pertenecer por completo sólo a una persona. Los esposos asumen el desafío y el anhelo de envejecer y desgastarse juntos y así reflejan la fidelidad de Dios. Esta firme decisión, que marca un estilo de vida, es una «exigencia interior del pacto de amor conyugal», porque «quien no se decide a querer para siempre, es difícil que pueda amar de veras un solo día». Pero esto no tendría sentido espiritual si se tratara sólo de una ley vivida con resignación. Es una pertenencia del corazón, allí donde sólo Dios ve (cf. Mt 5,28). Cada mañana, al levantarse, se vuelve a tomar ante Dios esta decisión de fidelidad, pase lo que pase a lo largo de la jornada. Y cada uno, cuando va a dormir, espera levantarse para continuar esta aventura, confiando en la ayuda del Señor. Así, cada cónyuge es para el otro signo e instrumento de la cercanía del Señor, que no nos deja solos: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20)” (La alegría del amor, n. 319)
Comentario
Uno de los fallos que he visto en algunos casos que se me han consultado ha sido la fractura, una independencia total, entre la vida conyugal y la espiritual. Y eran esposos cristianos, al menos bautizados sí estaban. Padecían aquella mentalidad –quizás por un defecto en su educación religiosa o en su formación doctrinal– según la cual la “mística”, es decir, el acceso de sus corazones a la unión íntima con Dios, es cosa reservada a una selecta y escasa elite de santos, algo poetas y locos, como Teresa de Jesús o Juan de la Cruz. Visto así, suponían que el matrimonio y la vida conyugal son cosas “terrestres”, prosaicas y mundanas, llenas de agobios y cargas “pedestres” y, de suyo, completamente ajenas a una espiritualidad comparable con la mística. Quien quiera ser místico –pensaban- que se vaya a un convento, se retire del mundo, pero no lo espere de la vida matrimonial.
¡Qué enorme daño a hecho este monumental error! Ha dejado a muchos esposos, sobre todo en las dificultades, pruebas y tormentas que a todos trae la vida, sin la luz tierna, el consuelo, la gracia y la compañía de Dios mismo. ¿Cómo iban a creer que, justamente ahí en esas pruebas, infortunios, oscuridades y riesgos de naufragio –como también en los goces y alegrías– estaba Dios Trino aguardándoles, impaciente por acompañarles, inmensamente misericordioso con nuestros defectos y limitaciones, pero no menos generoso para conseguirles precisamente en todo eso –lo prosaico, pedestre, ordinario y corriente- la mejor cosecha de amor entre los propios esposos y la mayor intimidad amorosa con Dios mismo?
Para los esposos ser su unión de amor y unirse con Dios es lo mismo.
La espiritualidad propia de los esposos, su mística conyugal, es la de vivir entre sí el amor fiel, libre y gratuito, definitivo y fecundo. Ese amor que conserva su unión íntima, la hace crecer, y la cura de cansancios, erosiones y heridas. Es un amor libre porque no surge de las amenazas, los maltratos, la coacciones y las violencias, sino del darse y acogerse de quienes son dueños de sí y así se reconocen, se conviven y se respetan. Es gratuito porque no se compra ni se vende a precio o por intereses materiales; sino que surge de aquel amor que “solo con amor se paga”, que se manifiesta en el desinterés incondicional del don, de la acogida y de la unión entre los esposos. Es definitivo porque ambos cónyuges se entregan enteramente, en todo lo que son durante toda su vida, en la salud y en la enfermedad, en la fortuna y las desgracias, en la juventud y en la vejez, superando cualesquiera cambios y circunstancias mediante la gran prueba de la verdad del amor, que es la fidelidad recíproca contra la erosión del tiempo y la veleidad inconstante del egoísmo. Unión fecunda porque este amor está abierto a los hijos y a la edificación del hogar familiar.
Cuando dos esposos luchan juntos por amarse fiel, gratuita, libre y definitivamente manifiestan el rostro de la Trinidad en la creación: la imagen y semejanza con Dios Amor puesta en la unión conyugal entre un varón y una mujer. Al mismo tiempo, encarnan en su unión la incondicional y misericordiosa fidelidad del amor con que el propio Dios ama. Cuando, por estar bautizados, su unión es sacramental entonces los esposos cristianos, además, son signo eficaz de la unión de Jesús con su Iglesia, unión en la carne y en el espíritu. Por eso, el mismo vivir la íntima comunión de vida y amor es, para ambos esposos, su vía de acceso a la unión íntima con Dios. Su específica espiritualidad. Su particular experiencia mística. No hay que buscarla afuera. Está dentro de su unión conyugal y se realiza conservándola, haciéndola crecer, y curando sus heridas.