Porque amamos a los hijos les educamos. Con los modos del amor cultivamos su crecimiento, corregimos errores y defectos, les podamos ramas torcidas y dañinas. Con paciencia y sin ira. Con cariño y ternura, jamás con maltratos. Descubriéndole sus talentos, nunca con insultos o desprecios. Nuestro amor hace que nunca demos a un hijo por perdido. Que sienta nuestra fidelidad y esperanza en él.
Fragmento Original
“Un niño corregido con amor se siente tenido en cuenta, percibe que es alguien, advierte que sus padres reconocen sus posibilidades.” (La alegría del amor, n. 269)
Comentario
Alguna vez cuando era niña me he quejado de las correcciones de mis padres. Quizás hasta deseé que fuesen como los papás de algunas amigas, menos estrictos y más condescendientes.
Hoy, cuando puedo mirar hacia atrás y ver las cosas desde la perspectiva madura del adulto, me siento agradecida con ellos por sus correcciones oportunas y hasta ciertas restricciones. Ahora comprendo que en su momento fueron buenas para mí y que reflejaban el interés genuino de mis papás por mi buen crecimiento. Me podaban porque, como buenos jardineros, me amaban y querían que fuera hermosa mi persona
Comprendo que para ellos tampoco debió ser fácil. Lo más cómodo hubiera sido dejarme en mi error, convencida de que siempre tenía la razón en todo y así se hubieran ahorrado berrinches, discusiones, momentos de tensión. Por el contrario, se complicaron la vida por mí y por mis hermanos, demostrando que nos aman.
No dejaron nuestra persona, como tierra descuidada, a las malas yerbas. Como buenos jardineros se tomaron el trabajo -cada día, con mucho arte y buen amor- de ajardinarnos la persona en cuerpo y alma. Nunca se lo agradeceré bastante. ¡Ojalá sepa hacer lo mismo con mis hijos! Por de pronto, con humor y paciencia, estoy dispuesta a que no lo comprendan en sus primeros años.