¿Tus parejas te duran menos que tu auto?, ¿miras a las personas como bienes de consumo?, ¿te atraen porque te son útiles?, ¿te cansan cuando ya no puedes aprovecharte de ellas? Así, jamás amarás a nadie, salvo a ti mismo.
Fragmento Original
“…la `cultura de lo provisorio´. Me refiero, por ejemplo, a la velocidad con que las personas pasan de una relación afectiva a otra. Creen que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar y desconectar a gusto del consumidor o incluso bloquear rápidamente. Pienso en el temor que despierta la perspectiva de un compromiso permanente, en la obsesión por el tiempo libre, en las relaciones que miden costos y beneficios y se mantienen únicamente si son un medio para remediar la soledad, para tener protección o para recibir algún servicio. Se traslada a las relaciones afectivas lo que sucede con los objetos y el medio ambiente: todo es descartable, cada uno usa y tira, gasta y rompe, aprovecha y estruja mientras sirve. Después, ¡adiós!” (La alegría del amor, n. 39).
Comentario
¡Qué difícil es decirle a un amigo que no sabe amar! Que está necesitado de que le amen y sirvan, por supuesto que sí. Pero que tiene poca o ninguna capacidad de amar, de darse y de acoger. Necesidad máxima, capacidad nula.
Muchos trasladan a las relaciones amorosas los usos y costumbres con que van al mercado y compran servicios, ropa, la cocina o un auto. Pero el amor verdadero sólo vive entre personas que se tratan como personas. Y una persona, cada uno de nosotros, jamás es un medio, una utilidad, un objeto de consumo.
Amar de verdad es afirmar la predilección por el amado. Un amado real, un otro distinto al amante, concreto, identificable aquí y ahora, cuyo valor es incondicional y definitivo porque así vale cada persona, única, irrepetible, singular.
Examínate con honradez: si no tienes ese amado, que lo prefieras a ti mismo, tal vez no amas a nadie, salvo a ti mismo. Corres el peligro de ver a los demás solamente como objetos de uso y consumo para tu satisfacción egocéntrica.
Y si quieres amar de veras, sé humilde y honesto. Pregúntate si, como cónyuge, padre, madre, hijo o hermano, estás viviéndote en tu propio hogar, con tus familiares, mediante esa mirada utilitarista y egocéntrica. Porque si ese sentido es el que inspira tus relaciones, estás pervirtiendo a tu propia familia. Y si eres padre o madre ¿quién enseñará el amor verdadero a tus hijos? Si así les “maleducas”, no te extrañe que no quieran casarse o fracasen en sus relaciones personales.