He recibido una herencia mayor que todo el oro del mundo: la confianza en mis padres. Ocurra lo que me ocurra, bajo cualquier circunstancia buena o mala, me aman de verdad y tengo su sabio consejo. Esta confianza es compañía íntima. Una vacuna contra los infortunios y sus soledades. Respetarles me sale sólo. ¡Me encanta ser su hija!
Fragmento Original
“El desarrollo afectivo y ético de una persona requiere de una experiencia fundamental: creer que los propios padres son dignos de confianza. Esto constituye una responsabilidad educativa: generar confianza en los hijos con el afecto y el testimonio, inspirar en ellos un amoroso respeto “(La alegría del amor, n. 263)
Comentario
No es poca la responsabilidad de los padres cuando llegan los hijos. Aceptarla es parte y fruto del amor de los padres como esposos. Nuestra unión va a ser, a lo largo de la vida de los hijos, una fuente de recursos para poder educarles. Los padres, como educadores de sus hijos, no tenemos vacaciones. No pueden renunciar a ser el sostén, guía y la compañía de sus hijos mientras Dios les de vida, las veinticuatro horas del día. Somos sus padres en todas las edades de la vida de los hijos. En cada etapa de un modo nuevo y diferente al pasado. Lo seguimos siendo cuando, casados y con sus propios hijos, nos hacen abuelos. Lo somos sabiendo envejecer y enfermar. Hasta les enseñamos con nuestra muerte.
Hoy escuchamos muchas justificaciones para dejar de lado esta responsabilidad. Padres que llegan tarde y cansados de sus trabajos, madres que no quieren postergar su trabajo profesional por unos años, justificaciones para no querer trabajar como matrimonio unido, haciéndolo juntos, el desarrollo de cada uno de sus hijos. Y los dramas mayores: los abandonos, separaciones, fracturas, divorcios. Fracasos y renuncias de los padres está dando, como resultado, hijos solos y carnada fácil de lo peor de los medios de comunicación y de la cultura.
Si los padres se rinden y huyen, si se desunen como esposos, exponen a sus hijos a carecer de una “buena mochila” en su vida afectiva y moral. Pero, sobre todo, habrán privado a sus hijos de la inestimable experiencia de la confianza íntima, de la seguridad incondicional del hijo –niño, joven, maduro o viejo– en la verdad y bondad del amor de su padre y madre.
Y sin poder confiar en sus padres ¿cómo va a ser posible el respetarles y honrarles?