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EnglishEl Estado, como tal, ni engendra, ni ama. No puede. A los hijos los engendran sus padres y les aman, por eso mismo, desde su concepción toda la vida. A los padres y a su amor se ha confiado el crecimiento y maduración de las personas de sus hijos. Por haber engendrado su vida, los padres tienen el derecho primario e inalienable –como el deber irrenunciable– de educar a sus hijos. Todo intento de privarles de ese derecho es una manifestación de totalitarismo y dictadura injusta.
Fragmento Original
“(…) Pero me parece muy importante recordar que la educación integral de los hijos es <obligación gravísima>, a la vez que <derecho primario> de los padres. No es sólo una carga o un peso, sino también un derecho esencial e insustituible que están llamados a defender y que nadie debería pretender quitarles.” (La alegría del amor n.84)
Comentario
Cuando nos reunimos con los profesores de nuestros hijos en el colegio, siempre les recordamos que nosotros somos los titulares de su educación. El director suele contestarnos: “Ojalá que todos los padres lo tuvieran tan claro”.
Si no vivimos los derechos a educar, que nos corresponden como padres, ¿quién los ejercerá mejor que nosotros, sin haberlos engendrado y amado? No descuidemos ese derecho y deber sagrados. Nuestros hijos se merecen nuestro amor. Y forma parte de la verdad y fidelidad de ese amor hacia ellos, el educarles muy bien. El ayudarles a crecer, como personas de bien y capaces de amar, dura toda la vida, no solamente durante sus estudios académicos.
Por eso, siendo abuelos, seguimos “educando” a hijos, nietos y a todos. Cuando nuestros hijos ya son adultos, cuando tienen sus propios hijos, le educamos con el testimonio de nuestro amor. El primero de los cuales, es el ejemplo de seguir queriéndonos y tratándonos, como esposos, con las ternuras del buen amor. No hay herencia más profunda y conmovedora que el fuerte y tierno amor conyugal de los abuelos.
