La rutina es hija del amor perezoso. Del salero vacío. Siembra la historia de tu matrimonio de momentos alegres. No desaproveches las ocasiones. ¡Créalas!
Fragmento Original
“A los matrimonios jóvenes también hay que estimularlos a crear una rutina propia, que brinda una sana sensación de estabilidad y de seguridad, y que se construye con una serie de rituales cotidianos compartidos. (…) Pero al mismo tiempo es bueno cortar la rutina con la fiesta, no perder la capacidad de celebrar en familia, de alegrarse y de festejar las experiencias lindas. Necesitan sorprenderse juntos por los dones de Dios y alimentar juntos el entusiasmo por vivir. Cuando se sabe celebrar, esta capacidad renueva la energía del amor lo libera de la monotonía, y llena de color y de esperanza la rutina diaria” (La alegría del amor, n. 226)
Comentario
Un matrimonio que se inicia en el arte de amar su unión y mantenerla en “llama viva”, ha de construir la dinámica de su relación diaria como la mejor posible, para bien del cónyuge y de los hijos. ¡Lo que sueñan es posible, si lo construyen mano a mano!
El amor entre perezosos cae en la rutina, en lo anodino y en sus agonías. Una definición acerca de la rutina que es especialmente clara y sugerente, que llegó a mis manos y que difundo porque creo que ayuda, es la siguiente: “indiferencia por las cosas ordinarias del otro”.
Pienso que da en la clave porque, a poco que lo pensemos, gran parte de nuestra vida está hecha de momentos y circunstancias que serán un poco las mismas; muchas además repetitivas (para empezar el rostro del mismo cónyuge al empezar cada mañana, pero mucho más: la misma oficina, el mismo trayecto, el menú familiar que creativamente trata de sorprender a partir de los mismos platos, el mismo lugar en la mesa, entre muchos otros). Mantener la ilusión y añadir novedad ante esas circunstancias exigirá la salida de uno mismo, reciedumbre y mucho, mucho amor.
La predisposición virtuosa de la mujer es buen soporte. Pero no es misión imposible ni para él ni para ella. Reza el refrán que, para un varón, es mucho más fácil atender a una mujer que entenderla; pues manos a la obra en este cometido. Ella, por su parte, gracias a la maternidad más hecha a preocuparse por tener puestos los cinco sentidos para descubrir y satisfacer las necesidades de quienes ama, ha de hacerlo privilegiando su dedicación al cónyuge quien la necesita a niveles insospechados. Aligerar las cargas del trabajo, arreglarse para él, poner una cuota de color en vida es además de factible, valioso y gratificante.
Pero, esa costumbre diaria de relaciones, de afectos y de intercambios, puede y debe ennoblecerse con sutiles toques de gala, de fiesta, de conmemoración y de alegría. Preciosas palabras cuando cobra vida en la existencia de los nuestros. Así me lo explicaba una amiga que se regocijaba de recibir, a la vuelta de un viaje de intercambio internacional de uno de sus hijos adolescentes, un suvenir especial: una madera tallada en la que se leía la palabra Joy. ¿Habría valido su esfuerzo, arduo por añadir ese ingrediente al hogar? ¿Había esto resultado evidente a este hijo suyo?; eran las interrogantes que se formulaba esta mujer-madre en silencio.
Todos podemos jugar ese papel que anhelamos de los demás, aportando gozo. Todos, unos más otros menos, nos reconocemos como personas necesitadas de miradas positivas, de frases optimistas y llenas de aliento, de sonrisas generosas que sacan partido a la riqueza extraordinaria de lo ordinario de cada día.
Un matrimonio necesita asentar un orden de vida, no sólo la agenda diaria, semanal, anual, sino también sus costumbres, sus tradiciones. Los horarios en familia, reservando un espacio para ambos –sólo para los dos– es una tarea que minimizará desencuentros mutuos y la construcción de vidas paralelas que se conforman con una vida rutinaria y que la viven desilusionadamente. En cambio, además de sacar brillo al día a día, la celebración de todo lo que sea posible, a modo de reconocimiento explícito de buenos momentos de los esposos o de la familia, dejará espacio al trabajo colaborativo, en equipo, a descubrir los talentos y capacidades de los nuestros, a la complicidad, a compartir con la familia extensa y los amigos, a alegrarnos y a alegrar a los demás.
El sacrificio económico que puede traer consigo el atreverse a celebrar un aniversario, la Primera comunión de los chicos, los cumpleaños, un logro profesional, el retorno de una ausencia prolongada de casa de alguno de sus miembros, bien habrá valido la pena y suele convertirse en una catequesis sencilla de las bondades de un matrimonio y de una familia cristiana.
De entre muchas celebraciones, tengamos presente una especialmente a nuestro alcance: la Misa dominical. El cuidado que pongan los padres, por acudir a un recinto donde lo material invite al recogimiento y al reconocimiento de a quien se venera, donde concurran familias que contribuyan a enseñar, como por ósmosis, que la piedad puede vivirse de forma natural y sencilla, será una buena garantía de futuras y grandes celebraciones, porque familia que reza unida permanece unida.