Es un hogar aquella casa donde se aprende a amar, porque en ella todos –esposos, padres y madres, hijos y hermanos– se aman sin rendirse.
Si amarse es el mandato supremo de Jesucristo, entonces la familia, por ser el primer lugar donde se aprende a amar, es la “Iglesia doméstica”.
Fragmento Original
“Debemos agradecer que la mayor parte de la gente valora las relaciones familiares que quieren permanecer en el tiempo y que aseguran el respeto al otro. Por eso se aprecia que la Iglesia ofrezca espacios de acompañamiento y asesoramiento sobre cuestiones relacionadas con el crecimiento del amor, la superación de los conflictos o la educación de los hijos”. (La alegría del amor, n. 38).
Comentario
Mi hogar se siente muy bendecido por el Señor, pues como pareja tuvimos la gracia de participar en movimientos católicos que ofrece la Iglesia; como el de Encuentro de Novios, y más adelante el de Escuela para Padres. Ambas experiencias nos permitieron mejorar la comunicación, reducir tensiones, solucionar conflictos y cuidar el crecimiento de nuestra relación como esposos y padres.
Pero, sobre todo, aprendimos juntos a reflexionar sobre el propósito particular de Dios sobre nuestra familia. También sobre el compromiso y la misión de devolver con creces todo lo recibido en nuestro hogar, en busca del bien de otras familias.
Por eso, con toda razón, se llama a la familia “Iglesia doméstica”. No por la cocina, la cama o el baño, que eso lo tienen mejor los hoteles. Porque es la “domus”, el espacio y tiempo que enseñorea una familia, transformándolo en íntimo hogar de fe, esperanza y amor entre los de la misma carne y sangre. Y de la familia hacia Dios.