En nuestra convivencia familiar, en sus escenas cotidianas, se reproducen para cada uno de nosotros y nuestras familias una encarnación particular de la vida ocurrida a Jesucristo. No le busques lejos y en paisajes exóticos. Jesús te sale al paso en el día a día de tu familia.
Fragmento Original
“…las exigencias fraternas y comunitarias de la vida en familia son una ocasión para abrir más y más el corazón, y eso hace posible un encuentro con el Señor cada vez más pleno.” (La alegría del amor,n. 316)
Comentario
Debe ser porque nos acostumbramos al trato cotidiano con nuestros familiares que a veces caemos en desatenciones o desplantes unos con otros.
Muchas veces creemos que amamos a Dios haciendo el bien fuera y lejos de nuestros hogares. Nos olvidamos que el amar a Dios y al prójimo comienza en la propia casa.
Cada lazo familiar, con sus eventos ordinarios y cotidianos, es una oportunidad para amar como Jesucristo amó y enseñó en su vida concreta. Si nuestro corazón está de verás dispuesto a amar, sean cuales sean nuestros defectos y limitaciones, se nos abrirán los ojos a ese rostro de Cristo que aparece en el cada día con nuestros cónyuges, padre, madre, hijos, hermanos, abuelos o nietos.
Personalmente he notado esto al sentir la incoherencia de luchar día a día por mejorar mi relación con Dios, olvidándome de mejorar como hija y como hermana. ¡Menuda contradicción! Al fin he comprendido que mis padres, mis hermanos, mis abuelos, cada uno de ellos, es el rostro de Jesucristo frente a mis ojos.
Teniendo paciencia en el trato con los miembros de mi familia, evitando palabras hirientes, ayudándoles, respetando a mis padres es como crezco día a día. Es tarea ardua a veces, pero es la oportunidad que Dios me da cada día para enmendarme, amar de verdad en la realidad concreta de mis familiares y ganarme mi pase al cielo.