Quien logra ser paciente, es porque ama mucho

Quien logra ser paciente, es porque ama mucho

Carlos E. Guillén

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Somos tiempo. Crecemos poco a poco. No le exijas a un hijo ser adulto a tiempo cero y velocidad infinita, cuando sólo es un niño o un adolescente.  No pidas cosechar mientras siembras. Dale su tiempo.  Dárselo te enseñará qué es la paciencia del amor.

Fragmento Original

“La educación moral implica pedir a un niño o a un joven sólo aquellas cosas que no le signifiquen un sacrificio desproporcionado, reclamarle sólo una cuota de esfuerzo que no provoque resentimiento o acciones puramente forzadas. El camino ordinario es proponer pequeños pasos que puedan ser comprendidos, aceptados y valorados, e impliquen una renuncia proporcionada. De otro modo, por pedir demasiado, no logramos nada. La persona, apenas pueda librarse de la autoridad, posiblemente dejará de obrar bien” (La alegría del amor, n. 271)

Comentario

Mucha paciencia. Incluso me atrevería a decir que hay pequeños pasos que un hijo está en condiciones de dar, pero no los da. Podría hacerlo, pero no quiere. Paciencia. Especialmente en los años de la adolescencia. Hay que conquistarlo de otra manera, y aun así estar dispuesto a esperar… el tiempo que ellos necesiten.

Por diversas razones no quieren a veces “dar su brazo a torcer”. Cuando estén listos, darán el paso, y se mostrarán como esas personas geniales que en el fondo siempre han sido (y los padres mismos lo saben). Hay un momento vital en que todo encaja, las piezas “hacen clic” y todo funciona (casi) a la perfección.

La paciencia no es la resignación de los vencidos. No es el desinterés y desapego de quien ya no tiene fe y la ha sustituido por un desprecio silencioso.  No es la irritación que se contiene afuera pero no cesa adentro, sólo porque mostrarse colérico “no es correcto”. No es desánimo pasivo y silencioso ante los esfuerzos inútiles o los desagradecimientos.

La paciencia es la postura íntima con que, quien nos ama –Dios, nuestros padres, hermanos, nuestro cónyuge…– aceptan el tiempo de seguir creyendo, esperando y amando a quien todavía no florece, ni fructifica, ni nos corresponde. A veces es paciencia durante cinco minutos. Otras, unos meses. Algunas, durante años.  Los padres, si se inspiran en el Espíritu amoroso de Dios, se nos ponen “en modo paciencia” durante toda nuestra vida.

Quien logra ser paciente, es que ama mucho. Porque quien ama bueno y hondo, espera en paz –sin irritarse ni abandonar–  el tiempo de su amado en florecer y dar fruto. La paciencia, porque es amor, nunca tira la toalla. Jamás se rinde.

Mi experiencia es que ese momento llega: más pronto o más tarde. Hay que mirar a los hijos desde la esperanza del amor sabio, confiando en todo ese potencial que tienen dentro, que está allí madurando hasta que está listo para salir. Como ha dicho el Papa en otras ocasiones: “No nos dejemos robar la esperanza”.

Además, los padres deben hacer memoria de su propia vida como hijos. ¿Acaso no tardaron muchos años en dar la razón a sus padres y comportarse como, desde niños, les enseñaban con poco éxito?  ¿No es cierto que han comprendido mejor a sus padres a partir del momento en que han tenido sus propios hijos?  Pues a la paciencia y la esperanza, conviene añadirle unas gotas de humildad.

Temáticas: Paciencia