Hijos dueños de sí mismos

Hijos dueños de sí mismos

Mariela Briceño

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La inmadurez es precipitación irreflexiva, el “ahora mismo y si no me molesto”, impaciencia que ignora el tiempo oportuno. Un inmaduro es un tipo que no soporta la frustración de sus impulsos, que se hunde cuando las cosas no salen como quiere. ¿Cuándo no creció y cómo se estancó en ese infantilismo?

Fragmento Original

“(…) cuando se educa para aprender a posponer algunas cosas y para esperar el momento adecuado, se enseña lo que es ser dueño de sí mismo, autónomo ante sus propios impulsos” (La alegría del amor, n. 275)

Comentario

Un aspecto importante de la educación de los padres es enseñar sus hijos “el saberse esperar”. Así, en el hogar, desde niños aprenden dominio de sí, vencimiento del capricho egoísta, paciencia consigo y con los demás, y mucho realismo.

Resalto ese aspecto en la educación a los hijos porque para aprender a amar –tanto padres como hijos- es importante ser dueño de uno mismo. Y la paciencia –el dar tiempo al tiempo que el crecer de nuestros hijos necesita- es una manifestación del buen amor de los padres y del saberse comer las iras, los malos modos, la impaciencia, el “perder los nervios”, las agresividades, los insultos y condenas que desesperan. Si los padres, porque les amamos, educamos a nuestros hijos, lo lógico es que lo hagamos con las artes y sabiduría del amor. El dejarse llevar “por los demonios” en las dificultades del educar, es eso: poner diablos en la comunicación y en la convivencia, en vez de amor. ¿Resultado? Con los demonios, educar es un infierno.

Hoy nuestros niños y jóvenes, por serlo y estar en tiempo de maduración, tienen la tendencia al “quiero ya, ahora mismo”. No conocen el freno y el volante de sí mismos, ni ven las curvas que hay en las carreteras de sus vidas. Si les consentimos, para quitarnos de encima su insistencia y terquedades, perdemos ocasiones de oro, en la vida cotidiana, de enseñarles aquella paciencia y dominio de sí que hay en el saberse esperar al tiempo oportuno, el ver lo que necesitan también los demás, a no crecer ensimismados en el capricho egoísta. La vida real no va a velocidad digital, ni a los tiempos de las películas, esa “hora y poco más” en que toda la aventura de ficción  ocurre y termina. No saben, como nosotros, que se crece dando tiempo al tiempo, cada cosa en su momento, que ser paciente, reflexivo y no caprichoso es ver la realidad tal cual es. Seamos sinceros. Recordemos nuestra propia infancia: ¿cuánto tiempo nos ha costado aprender a ser pacientes?

Enseñar a nuestros hijos a ser pacientes, saberse aguantar sin enfados histéricos, a que el momento de sembrar no es el de cosechar, a liberarse de los impulsos inmediatos, les promueve una profunda educación del uso de su libertad. Les hace fuerte a las frustraciones. Quitárselos de encima, cediendo a sus caprichos, más bien incrementa su ansiedad y puede acarrearles problemas psicológicos. Aprender el uso del freno y del volante es parte esencial del dominio de sí mismo, es decir, de la madurez personal. ¿Cómo se lo enseñamos? Con nuestro ejemplo vivido en la vida corriente de la familia, en el cada día. El hogar es la escuela. No esperemos, como padres impacientes, que los hijos nos maduren a tiempo cero y velocidad infinita. Démosles tiempo al tiempo. Y nuestro ejemplo.

Temáticas: Paciencia