¿Sólo sientes que te ama cuando coincide contigo? ¿Tuerces el gesto cuando no se parece a ti, ni actúa igual que tú? Ten cuidado…, no sea que sólo te ames a ti mismo. Quien ama de verdad, ama la diversidad de su amado.
Fragmento Original
“… El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de modo diferente a lo que yo desearía” (La alegría del amor, n. 92)
Comentario
No llegué a la experiencia de amar a mi marido y a los míos como una caja vacía, una página en blanco. Llegué con lo heredado y vivido en mi familia de origen. Le sumé mis propias miserias y limitaciones. También mis talentos y mis ganas de hacerlo bien. Y, desde luego, con mi inexperiencia, pues era la primera vez que vivía mi vida. ¿No les pasó también lo mismo a ustedes?
Una de mis primeras lecciones fue aceptar lo diferente que era mi marido respecto de mi misma. Lo valioso de que fuese así y el quererle precisamente así. Esa experiencia me sirvió muchísimo como madre con mis hijas. Ninguna era igual a mí. Y esa diferencia, aceptada, me hizo quererlas de forma más realista y profunda. No es fácil esa aceptación, pero es muy buena. ¿Por qué? Porque, al amar sus personalidades diversas, descubres que tú no eres el patrón, la medida, el modelo único con el que los otros deben uniformarse. Al amar sus diferencias, tú te abres en vez de ensimismarte, y a ellos les dejas ser y florecer. El amor, entonces, es comunicación real, no imposición de uno sobre el otro.
En el amar, siempre somos aprendices. Vivimos relaciones muy íntimas y profundas. Las que valen la pena. Las que nos dan las razones de vivir. Y nos mejoran mucho paso a paso. Por ejemplo, la paciencia con nosotros mismos y con el otro. Es imprescindible cultivarla para que las relaciones funcionen. La paciencia nos ayuda a no dejarnos arrastrar por los impulsos. Nos libra de ofender o agredir al amado. Cuando tenemos cuidado en el trato con el otro, a su vez aprendemos a no dejarnos maltratar, ni tolerar agresiones físicas, ni permitir que nos traten como objetos. ¿Por qué? Porque exigimos lo mismo que practicamos y damos ejemplo. Y lo exigimos, como nos lo exigimos a nosotras mismas, porque sabemos que el porvenir de nuestro amor depende del buen trato y del respeto mutuo.
El actuar con misericordia es una meta alta y necesaria en nuestro amar cotidiano. Nuestro amor se desarrolla en el día a día. Así como nos gusta que nos tengan paciencia, la compasión por nuestros amados es imprescindible. Esta compasión consiste en ponerse en los zapatos del otro y tratarle con aquella ternura con que nos miramos nuestras propias limitaciones y defectos, dándole la oportunidad que nos daríamos a nosotras mismas.