¿Qué es la gloria? Aquella cálida luz que me inunda cuando su mirada, sin palabras, me dice: “Te amo… ¡soy yo, aquí estoy, aquí me tienes!”.
Fragmento Original
“Una mirada amable permite que no nos detengamos tanto en sus límites, y así podamos tolerarlo y unirnos en un proyecto común, aunque seamos diferentes.” (La alegría del amor, n. 100)
Comentario
La historia de amor de dos esposos está salpicada de momentos de gloria, de miradas intensas y silenciosas, que al corazón dicen todo. Hay que conjurarse para no perder esas miradas. Para conservarlas, regalárselas en momentos oportunos, cuando una dificultad nos aprieta, cuando una soledad nos oscurece el alma, cuando una alegría la merece… Mirarse con ese enorme arsenal de ternuras, que el amor contiene e inspira, nos permite sobrevolar limitaciones y defectos, nos acerca y reúne, nos reconcilia y reanima.
Los esposos tenemos esa fascinante arma en los ojos, si ponemos nuestro corazón cálido y amable al mirarnos.
Cualquier relación madura de amor –pero más aún en la conyugal– es realista. Sabe, sin importarle, que uno es mejor que el otro en algunos aspectos: por ejemplo, puede ser más reflexivo y racional, más objetivo, quizás más paciente y constante. Lo mismo respecto de los defectos: puede ser más aburrido, rutinario, menos imaginativo. En cambio, su cónyuge puede ser más optimista, imaginativo, soñador y subjetivo, menos constante pero más apasionado e intenso. Somos distintos en virtudes y defectos.
Poner en nuestras miradas aquella amabilidad que tiene la ternura, la calidez, el cariño nos permite completarnos en las diferencias. Nos evita convertirlas en reproches y distanciamientos. Nos hace acogernos el uno al otro, sumando en vez de restando, multiplicándonos en vez de dividirnos. Convivir el amor conyugal nos exige ser exquisitos en la comunicación, especialmente en la no verbal, mediante aquellos silencios que, lejos de estar vacíos, expresan con la caricia de las manos, de la mirada, del beso… ese profundo: “te quiero, estoy aquí, me tienes de verdad”. A veces nos sale sin querer, porque el amor es fuego y el corazón nos arde. Otras, hay que esforzarse, soplando las brasas sepultadas en sus cenizas.
En lo bueno y en lo malo, en los días de rosas y en los de espinas, conseguir poner la caricia profunda y acogedora en la mirada… es la gloria entre esposos. Es una gloria que irradia a todo el hogar. La ven los hijos y les conforta. Les enseña a amar cuando les llegue su propio futuro.