Buscar la unidad de vida, que trae el amor fiel y definitivo, es vivir según el plan de Dios. Dios, que es Amor, no nos quiere rotos y fragmentados. Quiere que conozcamos y vivamos la unión de amor, como Dios mismo es comunión de amor de sus Tres Personas.
Fragmento Original
El sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso. El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque “su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia…” (La alegría del amor, n.72)
Comentario
La cultura del mundo actual parece sugerirnos que cada uno de los esposos va solo y por su cuenta hacia Dios y mantiene con Él una relación independiente de la relación con el cónyuge. Una concepción individualista de la vida nos empuja a que busquemos la felicidad en la realización individual, en satisfacer primero nuestras propias necesidades.
Según el plan de Dios, la pareja va hacia Él unida y experimenta el amor divino al sentir recíprocamente el amor humano. La verdadera meta no es ese espejismo de felicidad egoísta que tantos inútilmente persiguen, sino esa UNIDAD en la cual está la plenitud del verdadero gozo, que se transmite a la familia.
Jesucristo Esposo hace acto de presencia, fiel y definitiva, en la misma intimidad de la unión, la fortalece en fidelidad, con sus gracias le inspira las virtudes del amor bueno y grato, se convierte en su compañero más íntimo y poderoso, les transforma toda la vida conyugal, con sus días de bonanza y los de tormenta, en redención y santificación para los propios esposos y para su entorno familiar.