¿Te gusta vivir en la ignorancia o engaños sobre tus cosas más importantes? Seguro que no. ¡Atención! Tal vez te está ocurriendo con el matrimonio.
Fragmento Original
“«La elección del matrimonio civil o, en otros casos, de la simple convivencia, frecuentemente no está motivada por prejuicios o resistencias a la unión sacramental, sino por situaciones culturales o contingentes». En estas situaciones podrán ser valorados aquellos signos de amor que de algún modo reflejan el amor de Dios. Sabemos que «crece continuamente el número de quienes después de haber vivido juntos durante largo tiempo piden la celebración del matrimonio en la Iglesia. La simple convivencia a menudo se elige a causa de la mentalidad general contraria a las instituciones y a los compromisos definitivos, pero también porque se espera adquirir una mayor seguridad existencial (trabajo y salario fijo). En otros países, por último, las uniones de hecho son muy numerosas, no sólo por el rechazo de los valores de la familia y del matrimonio, sino sobre todo por el hecho de que casarse se considera un lujo, por las condiciones sociales, de modo que la miseria material impulsa a vivir uniones de hecho»” (La alegría del amor, n. 294)
Comentario
Hoy la verdad del matrimonio está oscurecida por una maraña de tópicos, errores e ignorancias. El que muchos que se han “casado” hayan fracasado y encima sus desavenencias se hayan convertido en infiernos, contribuye a la confusión y al descrédito. “¿Qué me añaden unos papeles?” dicen, creyendo que un matrimonio son sólo documentos que complican luego las cosas. Pero, muy por el contrario, está el hecho de que la inmensa mayoría de personas juzgan una familia estable como una bendición y la desean para sus vidas.
Entre las circunstancias, prejuicios y tópicos que llevan a posponer el sacramento del matrimonio, también están la falta de fe y práctica religiosa, y la escasa formación sobre la naturaleza del sacramento. Respecto a esto último, es frecuente referirse a él como una mera “regularización” de la situación; es decir, un trámite más. No se comprende que está de por medio la acción transformadora de Dios, por medio de la cual dos llegan a formar una sola carne. En ser como uno, los esposos acogen al mismo Jesucristo como el aliado más íntimo, fiel y poderoso de su unión conyugal. Así como el pan y el vino ya no son los mismos después de la invocación al Espíritu Santo y las palabras de la consagración, así tampoco los contrayentes son los mismos después de haber sido unidos en matrimonio. Las apariencias externas del signo no cambian, pero la sustancia sí. Así como el pan y el vino se han transformado irreversiblemente en Cuerpo y Sangre de Cristo, así los contrayentes han sido transformados irreversiblemente en cónyuges, y su unión insertada en la unión fiel e indisoluble con que Jesucristo ama, atiende, acompaña y está unido a su Iglesia.
Cuando los dos esposos viven, en su unión conyugal, esa íntima alianza con Jesucristo, se adentran cada día más en su ser unión, su amor se inspira creativamente, y se fortalecen ante cualquier circunstancia adversa de la vida. No hay divorcios entre los esposos que, de común acuerdo, viven junto con Jesucristo su unión de amor. A eso se le llaman las gracias y fortalezas del sacramento matrimonial.