Un amor conyugal de gran nivel pide una presencia de máximo nivel. Pon a Jesucristo de aliado íntimo. No hay mayor poder, fuerza y gracia de amar.
Fragmento Original
“… contemplamos la familia que la Palabra de Dios confía en las manos del varón, de la mujer y de los hijos para que conformen una comunión de personas que sea imagen de la unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.” (La alegría del amor, n. 29)
Comentario
La meta que se le pone a la familia humana es muy grande: ser una comunión de amor a imagen de la “familia divina” del Dios Amor que es Trinidad de Personas. Semejante nivel sería imposible sin la ayuda de Dios, que nos toma de la mano para levantarnos, inspirarnos, consolarnos, darnos la luz y las fuerzas.
Esas gracias especiales para amarnos en el matrimonio y la familia vienen del sacramento del matrimonio. Quien no lo busca y no lo recibe, se queda a medio camino, con una unión que no llega a ser imagen completa de esa comunión indivisible entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todavía le falta descubrir la fuerza unificante del amor según el poder de Dios. Se quedan en el umbral. En aquel vino que pronto se consumió en Caná de Galilea. Sin entrar dentro en la extraordinaria experiencia de vida que es “el ser como uno”. Les falta la compañía y complicidad, las ayudas y fortalezas de Jesucristo Esposo. En el sacramento matrimonial, Jesucristo de nuevo y para cada matrimonio, vuelve a convertir el agua de los amores humanos en vino excelente que no se acaba, ni se avinagra.