La Trinidad, presente en la familia

La Trinidad, presente en la familia

Genara Castillo

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El matrimonio cristiano no es cosa de dos, sino de tres: los cónyuges y Dios. El matrimonio es vocación divina. Para amar hay que ir a la Fuente del amor que es Dios.

Fragmento Original

“Una comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria y de crecimiento místico, un medio para la unión íntima con Dios. Porque las exigencias fraternas y comunitarias de la vida en familia son una ocasión para abrir más y más el corazón, y eso hace posible un encuentro con el Señor cada vez más pleno. (…) Si la familia logra concentrarse en Cristo, él unifica e ilumina toda la vida familiar. Los dolores y las angustias se experimentan en comunión con la cruz del Señor, y el abrazo con él permite sobrellevar los peores momentos” (La alegría del amor, n. 316-317)

Comentario

Toda persona está llamada al amor y el matrimonio-familia es un camino para vivirlo. La experiencia ordinaria es que las dificultades humanas de todo proyecto humano hacen necesaria la fuerza y ayuda divina.  Mi experiencia es que, si bien pueden darse enfermedades, carencia de recursos económicos, diversas debacles, si se acude a la gracia divina siempre el matrimonio sale fortalecido y más unido.

Para un ser humano aprender a amar requiere un largo aprendizaje, un proceso, una maduración. Para ello, Dios que es Amor, nos puede ayudar a llevar adelante una tarea que está radicada toda en el amor. Es necesario acudir a esa fuente del Amor para poder amar, por medio del trato continuo con Él para que con su ayuda –tratando de no soltarse de su mano– podamos realizar aquella entrega en la que nos jugamos la felicidad terrena y eterna.