Pide cada día al Espíritu de Dios -que es el Amor mismo- que se venga de aliado íntimo a tus amores familiares. Haz la prueba. ¡Verás qué fuerzas y qué inspiración!
Fragmento Original
“Pero nada de esto es posible si no se invoca al Espíritu Santo, si no se clama cada día pidiendo su gracia, si no se busca su fuerza sobrenatural, si no se le reclama con deseo que derrame su fuego sobre nuestro amor para fortalecerlo, orientarlo y transformarlo en cada nueva situación” (La alegría del amor, n. 164).
Comentario
La vida interior de cada cónyuge es de máxima importancia, tanto como el clima espiritual que se respira en común en el hogar. Ambas dimensiones son vasos comunicantes. Dios ha hecho una alianza con los esposos el día de su boda. Tómate en serio esta Alianza. No la defraudes. Se ha comprometido con los esposos a darles una serie de gracias orientadas a perfeccionar su amor y a santificarse cumpliendo los deberes que se derivan de ese nuevo modo de vida. Dios no falta a su palabra.
Pero los esposos no deben interponer obstáculos a la vida de la gracia, antes bien deben conservarla y hacerla crecer jornada tras jornada. Sin el Espíritu de Dios en el alma, sin la oración, sin los sacramentos de la penitencia y la comunión, pocas serán tus fuerzas para fundar, conservar, hacer crecer y, sobre todo, reconciliar heridas en tu vida conyugal y familiar. Puede ocurrir, como en Caná de Galilea, que el vino se te acabe pronto. Permite a tus amores humanos que el Espíritu de Jesucristo los transforme en el vino excelente, el que siempre permanece sin agotarse. Él es tu mejor aliado, el que nunca te defraudará.