El sacramento del matrimonio no se agota en la celebración, sino que permanece durante toda la vida. Jesús no es sólo un invitado el día de la boda. Acompaña en persona a los esposos, con sus gracias especiales, como su mejor y más poderoso cómplice durante toda la vida.
Fragmento Original
“Hay que ayudar a advertir que el sacramento no es un momento que luego pasa a formar parte del pasado y de los recuerdos, porque ejerce su influencia sobre toda la vida matrimonial, de manera permanente.” (La alegría del amor, n. 215)
Comentario
Karina y Juan Carlos van a cumplir bodas de plata matrimoniales. La familia y las amigas de Karina se preguntan cómo ella ha podido “aguantarlo”, cómo lo sabe llevar tan bien, con mucha mano izquierda. Una de ellas, Luciana, explica: “Juan Carlos es un engreído. Es un buen amigo, leal, bromista, pero ¿quién lo aguanta? Cuando llega a la casa quiere que Karina lo esté acompañando. Cuando lee, cuando ve televisión, igual. No le gusta tomar desayuno o cenar solo, que Karina lo acompañe. Y no te cuento cuando está enfermo: prácticamente Karina no se puede mover de su lado. Pero Karina es inteligente, lo conoce muy bien, sabe cómo decirle las cosas, en qué momento. Si bien Karina le consiente todos estos engreimientos, ella es la que toma las decisiones importantes en su casa. Sí…, se hace lo que ella decide o, mejor dicho, lo que deciden los dos a instancias de Karina. No sé cómo lo convence.
A todo esto, ¿qué dice Karina de esos comentarios? Pues, dice lo siguiente: “Estos 25 años de matrimonio han sido muy felices. Creo que se lo debo al “sacramento”. ¿Qué quiero decir con esa enigmática palabra? Pues que creí y sigo creyendo –cada día más por la experiencia acumulada– que Jesucristo nos acompaña muy de cerca, como un cómplice íntimo, un amigo con enorme poder para unirnos, con gracias muy variadas y hasta divertidas. Él es –así lo siento- como una luz tierna dentro de nuestro matrimonio. Nos inspira cada día para que lo difícil, distinto y discordante que sale entre Juan Carlos y yo… o se aminore y alivie, o no se dramatice en discordia, o lo veamos de otra manera, con cariño, ternura, menos terquedad y mucho sentido del humor, no dándole tanta importancia, y que después, a las horas o a los días, los dos podamos hacernos broma de las dificultades, de las limitaciones y defectos que tenemos, y de cómo vamos amándonos pese a todo”.