¿Sabes qué tú misma vida conyugal es sacramento? ¿Puedes explicarlo a tu marido, a tu esposa, o a tus hijos? Si lo ignoramos o tenemos un lío confuso ¿cómo vamos vivirlo?
Fragmento Original
“Definió el matrimonio como comunidad de vida y de amor (Gaudium et spes, n. 48) poniendo el amor en el centro de la familia. El verdadero amor entre marido y mujer implica la entrega mutua, incluye e integra la dimensión sexual y la afectividad, conformemente al designio divino (id. n.48-49). Además, subraya el arraigo en Cristo de los esposos: Cristo Señor: ´sale al encuentro de los esposos cristianos en el sacramento del matrimonio´ (id. n. 48), y permanece con ellos. En la encarnación, él asume el amor humano, lo purifica, lo lleva a plenitud, y dona a los esposos, con su Espíritu, la capacidad de vivirlo, impregnando toda su vida de fe, esperanza y caridad. De este modo, los esposos son consagrados…” (La alegría del amor, n.67).
Comentario
Me sorprende un error frecuente, y enorme, entre esposos cristianos sobre que su unión conyugal, ella misma, sea sacramento. La palabra “sacramento” la tienen confusa. La interpretan como cosa “eclesiástica”, “litúrgica” o “piadosa”, algo religioso que, de afuera, les cae encima de lo conyugal, de lo íntimo. Un “añadido” religioso, que de afuera viene, al adentro íntimo de su unión marital. ¡Menudo error!
Inmersos en esa confusión, si les dices que su humanidad sexual masculina y femenina es la materia del sacramento matrimonial, que su afectividad íntima a lo lago de los ciclos de la vida conjunta como varón de su mujer y mujer de su varón, esto es, como cónyuges unidos por amor y para amarse, es la vida misma del sacramento: el signo visible de la gracia invisible de Jesucristo… quizás consideren que estás predicando una herejía. ¿Sacramentar la sexualidad conyugal, los cuerpos de los esposos, la afectividad masculina y femenina entre marido y mujer? ¡Menudo sacrilegio!
Les es inconcebible que la sexualidad y la afectividad amorosa conyugal sea, ni más ni menos, signo de la íntima unión en la carne y en el espíritu del amor de Jesucristo a su Iglesia (la res non contenta, que dicen los teólogos). Por ser este signo, la unión conyugal, con su amor y afectividad íntimas, es título que nos da derecho a recibir del mismo Jesucristo Esposo (ex opere operato) aquel universo de gracias especiales (la res contenta) que convierten el amor, la unión y la vida conyugal en camino de redención y de santidad para cada singular matrimonio cristiano.
De la misma forma que el matrimonio no termina en el momento de fundarlo mediante el consentimiento de los novios, sino que entonces comienza, también el sacramento no termina con la boda, sino que allí se funda y allí se inicia una vida conyugal “sacramental”. El consentimiento matrimonial actúa de signo visible fundacional (sacramentum tantum le llaman los teólogos), pues ese momento de la boda es bien visible y público, y hasta testigos tiene. Pero ese consentimiento no tiene otro sentido y finalidad que unir a los novios transformándoles en esposos, en este varón que es de su mujer y en esta mujer que es de su varón. Ese ser ambos una única comunión íntima de vida y amor, eso mismo es su sacramento integral (la res et sacramentum de los teólogos).
¿Qué significa que nuestra íntima unión conyugal y su vivirla amorosamente sea sacramento? Que Jesucristo mismo, en cuanto el Esposo de amor fiel, irrevocable, hasta dar la vida, y lleno de la gracia del Espíritu, se nos viene a vivir, como el más íntimo y omnipotente cómplice y valedor, adentro mismo de cada una de nuestras uniones conyugales. No sólo tenemos a Jesucristo en el hogar. Le tenemos conviviendo adentro de nuestra misma intimidad conyugal. Adentro del específico amor y afectividad sexual de la unión entre varón y mujer.
Y por eso ha de decirse que en el amor y la unión del marido hacia su mujer y de la mujer hacia su marido, en el cada día de ese convivirse, ambos se encuentran con el mismísimo Jesucristo y con sus gracias –con su poder de amar, con su fe y su esperanza, con la creatividad, ternura y afectividad de su Espíritu– para transformar “el agua en el mejor vino”, para convertir lo que nos sucede como esposos y padres en nuestro cada día corriente –sus pruebas, dificultades, combates y claroscuros– en redención y santidad. Para los propios esposos y para toda su familia.
Porque nuestra unión conyugal es sacramento, cada una de nuestras vicisitudes conyugales, por difíciles que sean, tienen adentro sentido redentor, significan a Jesucristo Esposo, y contienen sus gracias para amar. Por eso, la vida conyugal cristiana nunca es un absurdo sin esperanza. Puede experimentar, desde luego, una o algunas decenas de cruces. También así fue la vida de Jesucristo. Pero su amor, que es cómplice íntimo del nuestro, venció a la muerte y resucitó. Así también Él vence “nuestras muertes” y nos resucita cada historia conyugal a la vida.