La familia surge de la naturaleza del varón y de la mujer y de la complementariedad de su amor, que es comunión fecunda.
Fragmento Original
“Otro desafío surge de diversas formas de una ideología generalmente llamada “gender”, que niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencia de sexo y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer.” (La alegría del amor, n. 56)
Comentario
Desde hace muchos años la ideología de género pretende introducir su influencia en diversos niveles de la sociedad, sobre todo en los niveles educativos iniciales. Consideran sus principales objetivos “deconstruir” la familia y la religión. Tienen mucha presencia en los medios de comunicación. Todos tenemos que estar muy atentos y hacer todos los esfuerzos necesarios para neutralizar esta nefasta corriente que destruiría la familia, la religión y la sociedad.
Somos personas encarnadas en un cuerpo masculino o femenino. No somos un espíritu sin cuerpo, ni tampoco que “tiene” un cuerpo al modo como “tenemos cosas”: un apartamento o un vestido. Somos nuestro cuerpo personal. El cuerpo, que somos, manifiesta a nuestra persona. Y lo que hacemos con nuestro cuerpo, afecta a lo íntimo de nuestra persona. Tampoco somos solamente un cuerpo sin espíritu. Esa conjunta forma de ser o unidad sustancial –un espíritu personal singular encarnado en su cuerpo masculino o femenino– se manifiesta de manera rotunda en la familia auténtica.
De la misma forma que el vino es fruto de la vid y del trabajo del hombre, así también la familia surge de infundir el amor del espíritu personal a la sexualidad y a la reproducción corpóreas. Sin la vid, el trabajo no conseguiría jamás el vino verdadero, sino pura química impostora. Sin el trabajo humano, la tierra y sus vides son incapaces de transformarse en vino. De manera análoga, sin respeto a la naturaleza masculina y femenina y a su complementariedad amorosa y fecunda, por mucho que nos empecinemos no logramos ser una completa y auténtica familia. Y no lo conseguimos porque, de partida, le quitamos aspectos esenciales de la naturaleza humana.
Cuando no hay o cuando se rechaza la presencia comprometida del amor fiel y definitivo entre el varón y la mujer, entonces sexo y reproducción no logran conformar el completo de los lazos amorosos familiares, ni el conyugal ni los consanguíneos, sino sólo aspectos parciales y fragmentados.
A su vez, sin el amor personal fiel y definitivo entre varón y mujer, la reproducción y el sexo pueden rozar la simple animalidad de la que también es capaz la limitación o el egoísmo humano. Negando la complementariedad amorosa y fecunda entre varón y mujer, la arbitrariedad ideológica produce sucedáneos, simulacros y fracasos. Cuando en nombre de una ideología, niegas la heterosexualidad y la sustituyes por un invento artificial, se te hace imposible la plenitud de los lazos conyugales y consanguíneos que componen una familia, y te expones a frustraciones y tragedias.
Una nueva generación de hijos, amados por sus padres y madres, abuelos y abuelas íntegramente verdaderos, –donde genética y amor van juntos– sería imposible si esperamos esa íntegra genealogía de relaciones donde falta o se rechaza la complementariedad entre varón y mujer.