Varón y mujer, por el poder del amor sobre sus naturalezas masculina y femenina, pueden ser “como uno”. Se engendran “como uno”, desde la libertad, mediante aquel acto conjunto de sus voluntades que llamamos consentimiento matrimonial.
El secreto de la auténtica unión conyugal es éste: marido y mujer son el uno del otro. No sólo obran, sino que son “como uno”, no es algo que pertenezca a él o a ella, sino a su unión. En el seno de dicha unión, marido y mujer son el uno del otro.
Fragmento Original
Es el encuentro con un rostro, con un “tú” que refleja el amor divino…, como exclamará la mujer del Cantar de los Cantares en una estupenda profesión de amor y de donación en la reciprocidad: “Mi amado es mío y yo suya… Yo soy para mi amado y mi amado es para mí” (2,16; 6,3) (La alegría del amor n.12)
Comentario
Tomé la decisión de amar a mi esposo hace 26 años, pero no son los suficientes para los que deseo estar a su lado. Nuestra unión no está basada solo en los momentos felices, cuando todo nos sonríe; sino también en los momentos difíciles, cuando se pone a prueba nuestro pacto, cuando las debilidades nos tientan. Cuando nuestra unión entra en combate contra las pequeñas o las grandes cosas que, como enemigos internos y externos, traen las múltiples caras y formas de la desunión.
Es entonces cuando recuerdo que el amor se basa en la decisión de honrar a mi pareja y ser fiel a nuestra unión. No es fácil, a veces, reconducir aquellos impulsos y conductas que, en realidad, provienen del núcleo egocéntrico que todos tenemos. Es decir, de la necesidad de satisfacerse a sí mismo por encima de todo, incluida la unión conyugal. Y es mucho más difícil cuando el marido o la mujer, contemplándose en su individualidad y unilateralidad, cree tener razones particulares, que son sólo suyas. La cuestión es si dichas “razones individuales” ponen en riesgo, desaniman, quiebran, disocian “la razón suprema” de la unión conyugal.
Porque si la unión es lo que peligra, entonces ambos tenemos que “frenar y recanalizar” la posición individual. Ambos debemos recuperar la visión de lo que pide y conviene a nuestra unión. ¿Cómo? Escuchándonos el uno al otro y no sólo a sí mismos; encontrando y subrayando lo que nos une, no lo que disocia y desune; recuperando el lazo de correspondencia mediante la comunicación, el respeto a la diferencia, la acogida del uno al otro, el esfuerzo creciente de entrega recíproca; y el deseo de disfrutarnos mutuamente superando condiciones y reservas. El combatir juntos ya es la victoria. No hay más glorioso espectáculo de amor que el combate de dos esposos, como fieles aliados y cómplices, a favor de la vida de su unión.