La ley del amor

La ley del amor

Caridad Ruesta

EspañolEspañol | English English

Si quieres amar y ser amado, pódate la envidia. Las ramas… y las raíces.

La envidia es una de las más tenebrosas formas del odio. Las entrañas del alma –hasta las del cuerpo- se retuercen de amargura ante la felicidad, las alegrías o cualquier cosa buena que tenga el prójimo. Encima, en patética contradicción, la envidia desea poseer para sí lo mismo que desprecia, rebaja o critica en el prójimo. Se hace insaciable de lo ajeno, jamás contento con lo propio, retorcido como sacacorchos en la murmuración y la crítica. Antes muerto que elogiar. Pero vivo para adular, si hay expectativa de medro y codicia. Por fin, para colmo, el envidioso nunca logra estar contento consigo, pero tiene que disimularlo. Si envidio no amo y no doy vida. ¡Menudos trabajos y sudores trae la envidia, total para estar siempre vacío!

Fragmento Original

“Cuando una persona que ama puede hacer un bien a otro, o cuando ve que al otro le va bien en la vida, lo vive con alegría, y de ese modo da gloria a Dios porque “Dios ama al que da con alegría” (2 Co 9,7). Nuestro Señor aprecia de manera especial a quien se alegra con la felicidad del otro. Si no alimentamos nuestra capacidad de gozar con el bien del otro y, sobre todo, nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir con poca alegría, ya que como ha dicho Jesús “hay más felicidad en dar que en recibir” (Hch 20,35)”.  (La alegría del amor, n.110).

Comentario

Quizás se nos ha pasado la idea de que la moral y las virtudes son cosas exteriores al amor. Que le convienen porque el amor es algo pasional, sentimental, irracional y un poco loco. Moral y virtudes lo ordenarían, lo “domesticarían”. Nada más falso.  Hay que entender la moral a la luz del amor. Las virtudes son la tripa interna del amor bueno y verdadero. Cada virtud es una manera particular –buena, bella y verdadera– del entregarse y del acoger que es el amarse.

El amor –el que nos une íntimamente y da vida a los hijos– no se reduce a la sensibilidad erótica, al sentimiento romántico. Los incorpora e integra a la comparecencia comprometida de la persona, es decir con su inteligencia y voluntad, dispuestas para implicarse “en persona” con el amado. Es la decisión de vivir juntos y por toda la vida, centrándome en las necesidades del otro antes que en las mías. Si no le doy vida, le estoy dando muerte: no hay término medio. Para matar, no es necesario envenenar o agredir, basta ignorar y no alimentar; y puesto que no solo se vive de pan, hay muchas maneras de hacer la vida imposible. Para no matar de ninguna manera tengo que amar. Amar a mi pareja implica: expresar amorosamente los sentimientos y no reprimirlos, aceptarla tal cual es, sin tratar de obligarle a cambiar; encarar los desacuerdos en forma abierta y amorosa; saber perdonar y pedir perdón; elogiar y alabar; hacer el don de sí sin apegos y ataduras y sin esperar retribuciones; respetar su sensibilidad, no ser posesivo; orar para pedir la luz y fuerza necesaria; ponernos de acuerdo para tomar decisiones y respetar lo acordado; crear un ambiente de cariño, confianza y alegría. Dar testimonio de esa vida cristiana cuya única ley es el Amor. Y el Amor es la manera de convivir de Dios Trino.

Temáticas: Valores y virtudes