El amor, a veces, se hace cuesta arriba

El amor, a veces, se hace cuesta arriba

Pedro Juan Viladrich

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¿Aprendo a amar? Sí, cuando juntos sabemos encarar los problemas como oportunidades de mayor unión.

Fragmento Original

“Espero que cada uno, a través de la lectura, se sienta llamado a cuidar con amor la vida de las familias, porque ellas no son un problema, son principalmente una oportunidad” (La alegría del amor, n.7)

Comentario

En muchos problemas y desamores, que se me han consultado, he constatado un error de base en el imaginario que una o ambas partes tenían sobre el amor. Se nos desliza adentro la idea de que un amor funciona cuando fluye fácil y sin problemas. Pero la facilidad no es el síntoma del auténtico amor, por la sencilla razón de que la vida real, que es donde los amores se realizan, no tiene nada de fácil. Como cualquiera experimenta, trae dificultades, problemas imprevistos no deseados, pruebas y fracasos.

Nosotros, además, adolecemos como amadores –a poco que uno sea realista consigo mismo– de limitaciones, defectos, inexperiencias, errores… que trasladamos, sin malicias o con descuidos, a nuestras relaciones amorosas. Un amor es tanto más real cuanto más capaz es de entender que se trata de una construcción conjunta. Y que edificar es una ascensión, no un tobogán. Un subir, no un dejarse caer.

Es un activo poner juntos esfuerzos, consensos, concordias, paciencias y misericordias recíprocas. Es un pasivo esperar con la queja y el reproche en la boca. Las dificultades y obstáculos son normales por “reales”: porque la “realidad” del amarse es una conquista, no una vagancia. Es el encararlas y darles solución –juntos y de acuerdo– lo que permite la conservación, el crecimiento y la restauración auténtica de nuestros amores. El realismo, la humildad en la estima de sí mismo, el ánimo compartido de persistir con leal fidelidad, hace que quienes quieren amarse puedan ver en cada circunstancia diaria –las fáciles y las difíciles– la concreta oportunidad, aquí y ahora, para unirse más fuerte y profundo. Entonces, gracias a la mirada del amor, veremos un problema como oportunidad. De los problemas, que lo son, nos ocupará principalmente la búsqueda de las soluciones.

La luz, que hay en esa forma de mirar, es también un test. Puedes hacértelo. ¡Cuidado si las dificultades las vives siempre como fracasos, en vez de oportunidades; si los problemas se convierten en reproches y traslados de culpas al otro! Si es así como te vives, ¡tú mismo eres el principal problema, porque nunca ves oportunidades! Por fortuna, estás a tiempo. Cambia la forma de ver y encarar. Ponle aire fresco, atmósfera renovada, esperanza. Acepta el desafío. Si consigues hacerlo en concordia con tu marido o mujer, ya has convertido un problema en encuentro, en mayor y más fuerte unión. Aún antes de tenerlo solucionado, estáis más unidos. Les vale “la pena”.