Siempre se está a tiempo

Siempre se está a tiempo

Pedro Juan Viladrich

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No veas los problemas del amarse como derrotas, sino como oportunidades. No conviertas un hoyo en un sepulcro. ¡Levántate… y levanta!

Fragmento Original

“…el deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes” (La alegría del amor, n.1). “Esta Exhortación adquiere un sentido especial en el contexto de este Año Jubilar de la Misericordia. En primer lugar, … como una propuesta para las familias cristianas, que las estimule a valorar los dones del matrimonio y la familia, y a sostener un amor fuerte y lleno de valores, como la generosidad, el compromiso, la fidelidad o la paciencia. En segundo lugar, porque procura alentar a todos para que sean signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se realiza perfectamente o no se desarrolla con paz y gozo (id., n.5). “Espero que cada uno, a través de la lectura, se sienta llamado a cuidar con amor la vida de las familias, porque ellas no son un problema, son principalmente una oportunidad” (id., n.7).

Comentario

Nunca apagues la esperanza en lo mejor de ti mismo. Una experiencia de mis años de consulta en conflictos familiares ha sido la eficacia demoledora de la desesperanza. Lo peor, aún siendo perniciosos,  no eran los obstáculos que los resentidos orgullos, o los profundos y egocéntricos desconocimientos de uno mismo, o la incapacidad de reconocer errores, malos pasos y daños causados…, y tantas limitaciones y miserias que a cualquiera nos acompañan. Lo más tóxico era haberse rendido a la desesperanza. Me explico. Los afectados –los esposos, padres e hijos, hermanos…– se habían desahuciado entre sí definitivamente, sin apelación posible. Bien porque los defectos de los otros o los suyos propios, o ambos sumados, les parecían insuperables; bien porque a los problemas, agobios, pruebas, desgracias que “trae la vida” les atribuían un poder destructivo omnipotente. Creían que no podían, ni jamás podrían contra ello y se habían rendido. Y esa pérdida de toda esperanza, más que los propios problemas, les tenía abatidos y amargados, resignados a los desamores, reprochándose culpas, creyendo que esa desesperación era lúcido realismo: “la vida es así, esto es lo que hay, mejor aceptarlo”.

Y, sin embargo, ahí estaban en mi consulta. Un tenue latido, un deseo íntimo, un anhelo de amanecer… todavía se escondía en cada interior. ¿Te ocurre a ti algo parecido? Es decisivo levantar ese latido íntimo y devolverse la esperanza. Toda noche tiene su amanecer. ¡Despierta! Amarnos siempre trae sus pruebas. Las trae –y a veces muy duras–, pero esconden un sendero estrecho para amarnos mejor, más profundo y fuerte, menos egoísta y superficial. Nos cuesta verlo así. Confundimos pruebas y dificultades con fracaso e impotencia. Pero hay que abrir esa nueva mirada. Y hay que abrirla unos con otros, compartiéndola juntos, porque el amar no es una acción solitaria de uno consigo mismo.

Es imprescindible aprendizaje del amarse el que, sus amadores, no vean los problemas como derrotas, sino como oportunidades. Lo son. Contienen la ocasión de conocerse mejor, más realísticamente, de comprender al otro, de ayudarse, de esperarse con paciencia, de levantarse uno a otro, de compartir limitaciones y fragilidades, fortalecerse y unirse más fuerte. Tienen, a la vez, el riesgo de lo contrario, de hacernos migas y desesperarse unos a otros. Pero el amarse es así: o crecemos juntos o se muere. Aprender la mirada del amor, la que ve la oportunidad en vez de la derrota, ilumina cualquier evento que padecemos al convivir, sobre todo si esa mirada de esperanza la compartimos juntos.