Busca adentro y no fuera

Busca adentro y no fuera

César Chinguel

EspañolEspañol | English English

No son leyes externas y doctrinas abstractas lo que da vida a un matrimonio y a una familia. Es el amor bueno realmente vivido, el entero y sincero don y acogida en la comunicación íntima, la calidez y dulzura de las ternuras en la convivencia cotidiana, la fuente de su vida. Busca adentro de ti, no afuera, el amor que da vida a tu matrimonio.

Fragmento Original

“…tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica.”

“Por otra parte, con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de mutua ayuda, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de procreación”.

“Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los nuevos matrimonios en sus primeros años… Otras veces, hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales… “

“Durante mucho tiempo creímos que, con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas” (La alegría del amor, nn.36 y 37)

Comentario

La crisis del matrimonio y de la familia no es un penoso evento ajeno a los cristianos, en la que no tengamos ninguna responsabilidad. Todo lo contrario.  Tenemos nuestra cuota de responsabilidad. Y si queremos de veras superar esa crisis y rehacer la fortaleza de los matrimonios y familias, es imprescindible descubrir, para corregir, qué se hizo mal.

Siendo los hijos fruto de la unión de amor, y no el amor conyugal fruto de los hijos, nos expusimos a interpretaciones sesgadas y simplistas de la relación entre la dimensión unitiva y la procreativa. Pareció que era aceptable tener hijos sin amor, pero inaceptable el amor sin hijos. Numerosos doctrinarios sostuvieron que el amor conyugal nada tenía que ver con el vínculo matrimonial válido; que amarse o no era una cuestión accidental a la validez. De esa manera, se traicionó el sentido del amor en el matrimonio cristiano, se introdujo un principio contradictorio y disociativo en la inseparabilidad que el amor conyugal tiene con su fecundidad procreadora, favoreciendo la suposición de que la concepción cristiana ve al matrimonio como un medio de procreación y reduce la moral conyugal a garantizar la apertura a la prole de los actos sexuales.

Proponer como la concepción cristiana del matrimonio esta reducida y sesgada visión de la unión conyugal, del amor y de la sexualidad entre los esposos, ha dejado perplejos y decepcionados a muchos, casados o aspirantes a serlo.  Desde ese error profundo ¿cómo defender la ortodoxia de un marido que a tiempo y destiempo exige coitos abiertos al embarazo, al mismo tiempo que acostumbra a dirigirse a gritos a su esposa, ya en el desayuno, y la trata habitualmente de forma desconsiderada y despreciativa delante de los hijos y amigos? Y si un marido no se oponía a tener hijos ¿no se consideraba por algunos menos grave su infidelidad que el adulterio de la esposa?  Obviamente, jamás la concepción cristiana defendió semejantes esquizofrenias maritales. Y, sin embargo, conductas semejantes no fueron una rareza exótica, por desgracia, entre cónyuges casados ante la Iglesia. Decir que el maltrato marital o las infidelidades era una cruz “querida por Dios” para la esposa, fue una respuesta falsa, injusta y demoledora.  Jesucristo pidió en Caná tinajas de agua limpia, no las aguas fecales de la violencia, el maltrato, el adulterio y el desprecio humillante hacia la mujer.

Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los nuevos matrimonios con propuestas que se adapten a sus horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas. Otras veces, hemos presentado una especie de kit doctrinario del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Una doctrina teológica de teólogos para teólogos, un diálogo conceptual entre colegas, no una enseñanza clara y sencilla para los esposos y su vida ordinaria.

Esta abstracción genérica e impersonal, que ha agrietado la confianza diaria en la gracia y el encuentro personal y vivo con Jesucristo, no ha hecho que el matrimonio sea más humano y atractivo, sino todo lo contrario. Por eso mismo, las familias de ambiente doctrinario han funcionado menos que las familias basadas en el amor vivido y en su ejemplo diario. Se olvidó que el amor y su unión “vivos” no vienen de la ley y del razonamiento doctrinario, sino del corazón y de sus obras concretas.