Un sentimiento clave para la vida

Un sentimiento clave para la vida

Mariela Briceño

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El amor es el gran maestro del perdón. Te enseña a pedirlo y a darlo de verdad. El amor es el seno del perdón auténtico. Del que cura las heridas. Del que da a luz la nueva oportunidad.

Fragmento Original

“Hoy sabemos que para perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos” (La alegría del amor, n, 107)

Comentario

Pedir perdón no está de moda. El individualismo, el egocentrismo y la indiferencia a la experiencia de Dios, que es misericordioso y perdona, han calado mucho en la cultura. Ha creado un ambiente generalizado donde creemos que tenemos la razón siempre, que mi opinión, por ser mía, es mi verdad y nunca me critico a mí mismo. Eso es un ensimismamiento muy egoísta. ¿Qué provoca en el amar? Que muchos lo entienden como una confrontación, en la que deben ganar por encima de todo. Y conseguir del otro que haga lo que yo quiero o me place. Pero ¿amar es un combate? ¿Es una relación en el que uno gana y el otro pierde? ¿El otro es un botín?  Eso no es el amor, sino la guerra.

Para perdonar, tienes que perdonarte, porque nadie –tampoco tú– está libre de errores y algún mal paso hacia los amados. Para perdonarte, tienes que saber perdonar, es decir, tener la experiencia del haber olvidado y del dar nueva oportunidad a quien te hirió. Nadie, en amor, es por completo inocente y por entero culpable. Todos somos aprendices. Quienes, de veras, desean perdonarse, no hacen cuentas de quien es más culpable. Se levantan el uno al otro. Se hacen misericordia entre sí.

Perdonar es también saber perdonarse, porque quien perdona está dispuesto a arrepentirse también de lo suyo y enmendarse. Por eso, perdonar es un sentimiento clave para la vida de nuestros amores. No se asusta, ni escandaliza ante la debilidad de nuestros amados. La excusa, atenúa, alivia. Busca la corrección sin humillar, ni desesperar, y evita convertir al arrepentido en sempiterno culpable. No seas jamás de esas “víctimas”, hipócritas y letales, a las que les interesa tener siempre bajo sus botas a un reo culpable.

Somos muy comprensivos y misericordiosos con las propias miserias. Es justo que también lo seamos, con la misma vara de medir que nos aplicamos, con los defectos y errores de nuestros amados. De este modo, damos la mano para levantar al caído, en vez de aprovechar sus defectos para abatirle y sojuzgarle. ¿Cómo quisieras que te levanten y te anime a mejorar… los que te aman? Pues así levanta y anima a los que amas.

No perdonar, y seguir acusando y culpando, es un falso alivio. ¿No tienes esta experiencia? Al no perdonar, te encierras en tu fastidio, éste se infla, y buscas más culpas en el otro para justificar tu dureza. Al final, te haces suspicaz y desconfiada; ves en todas malas intenciones; y te vuelves oscura, sacando lo peor de ti misma. Esta oscurecida forma de ser daña profundamente el vínculo amoroso y la estabilidad familiar.  Saber perdonar –que es un arte sabio y generoso– es como hacer salir el sol en nuestras relaciones íntimas.

El Papa Francisco me confirma en lo que venía pensando desde hace tiempo. Qué duro –y estúpido– es mantener un amor conyugal, durante los años que tengamos de vida, sin saber reparar lo que malogramos en el día a día. Sin saber arrepentirse y perdonar. Dejando que se vaya pudriendo y cada día vaya aumentando el cajón de los fracasos, decepciones, resentimientos y reproches, tristezas y sensación de desamor.

Quiero hablarles de una receta conyugal. Es un resumen de las recetas del Papa Francisco. La pruebo en mi vida y funciona muy bien.

¿Cómo evitamos tener un sótano negro en la mente y una piedra en el corazón? Descubriendo la oportunidad que hay en este aquí y ahora, el día de hoy, en vez de desaprovecharlo o, lo que sería peor, aumentar el sótano negro. Abandonando la soberbia de creernos más perfectos que nuestros seres queridos, sabiéndose examinar a uno mismo con humildad y realismo; animando a los amados en vez de criticarles siempre; volviendo a la sonrisa y a la ternura; corrigiéndonos uno de sus limitaciones; haciendo tierna misericordia con el otro y evitando, como si fuera la peste, que nuestro corazón se vuelva de piedra y se justifique siempre con aquello de “yo tengo la razón”. En los amores que vivimos en la familia, pierdes la “razón” que dices tener si, por causa de esa “razón”, te vuelves inflexible e inmisericorde. Provocas distancia y desunión. ¿Por qué? Porque cuando haces eso…, has dejado de amarles.

¿Quieres renacer? ¿Quieren ambos? ¿De verdad? Prueba la receta. Anímense juntos y verán los resultados. Algunos ese mismo día.

Temáticas: Perdón