Perdonar es un acto de amor que desborda la justicia. ¿Qué amor tiene ese poder? El que nace de un corazón misericordioso y tierno. De un corazón humilde porque, en vez de engreído y soberbio, se reconoce con defectos y también necesitado de perdón.
Fragmento Original
“Hoy sabemos que para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos. Tantas veces nuestros errores, o la mirada crítica de las personas que amamos, nos han llevado a perder el cariño hacia nosotros mismos. Eso hace que terminemos guardándonos de los otros, escapando del afecto, llenándonos de temores en las relaciones interpersonales. Entonces, poder culpar a otros se convierte en un falso alivio. Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás. (La alegría del amor, n. 107)
Comentario
Para perdonar es preciso entender las innumerables veces que hemos cometido errores y hemos sido perdonados, no por nuestros méritos, sino por el amor misericordioso de quien nos ama.
Entender que estamos llenos de imperfecciones y que aun así somos amados incondicionalmente nos ayuda a ser compasivos con los errores de los demás, a veces imaginados o exagerados por nosotros. La humildad de un corazón misericordioso nos favorece comprender y asumir las imperfecciones de nuestros amados y perdonarles sin rencor ni reservas. También nosotros necesitamos perdonarnos de tantas acciones que no se realizaron como debieron.
No es posible amar sin perdonar. ¿Por qué? Porque, como humanos, todos los que amamos tenemos también, al hacerlo, defectos, limitaciones y malos pasos. Pero la esperanza puesta en la comprensión y el perdón del amado es un enorme bien para nuestros amores. ¿Por qué? Porque nos engendra confianza y paz recíproca al amarnos. Nos permite mirar con sosiego el futuro. No importa lo que nos pase, siempre estaremos juntos.