Quien ama sabe esperar

Quien ama sabe esperar

Renata Coronado

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Quien ama sabe esperar el momento en que su amor pueda expresar sin miedo, ni reservas, ni amputaciones su máxima fecundidad. El amor verdadero no chantajea, no amenaza ni agobia, no pide lo que es prematuro e inoportuno, no precipita los tiempos para luego huir de sus consecuencias.

Fragmento Original

“…el amor rechaza todo impulso a cerrarse en sí mismo, y se abre a una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia.” (La alegría del amor, n. 80)

Comentario

Al exigirse relaciones sexuales, antes de haberse unido en matrimonio, es inevitable tratar de impedir la natural apertura de fecundidad o “riesgo de embarazo”, que de suyo hay en la relación genital, porque no nos sentimos preparados para asumirla. Queremos vivir el momento sin asumir consecuencias. Los jóvenes creemos que vivimos relaciones profundas al entregarnos física y emocionalmente a otra persona, pero tomando las precauciones para evitar esa fecundidad. Probablemente cometemos varios errores importantes.

El primero es confundir la intensidad emotiva y placentera, con la profundidad y realismo de un amor. La experiencia nos lo demuestra. La mayoría de esas relaciones duran poco. Pese a la intensidad, no tenían profundidad de arraigo. Y con facilidad, se suceden unas a otras, lo que manifiesta su superficie, pero no su profundidad real. Las que se prolongan, pueden acabar en una convivencia rutinaria que, paradójicamente, muestra su flojera al entrar en crisis al poco de casarse oficialmente.  Las estadísticas son definitivas.

El segundo gran error es suponer que se puede separar la relación sexual de la dimensión paterna del varón o de la dimensión materna de la mujer. El resultado es “convencernos de que nos conocemos”, cuando la realidad es que nos desconocemos profundamente, nos ocultamos cómo seríamos de carácter y cómo reaccionaríamos ante las responsabilidades concretas que traen los hijos; y nos damos el uno al otro una versión parcial y falsa de quienes somos y de nuestra real madurez para amar en serio. El mero sexo, prematuro, coitocéntrico y contraceptivo, impide conocernos realísticamente, nos disfraza y engaña qué es amarse de verdad. De ahí, los desencantos tan frecuentes, y los tristes y amargos sabores que nos dejan en el alma. ¿Cuándo? Cuando la vida real nos hace aterrizar y salen las personalidades reales a relucir.

¿Y si las exigencias de tales relaciones prematuras, no vinieran del amor verdadero, sino de una búsqueda egocéntrica de placer, de una conversión en mero objeto sexual del otro u otra, en puro medio para satisfacer una codicia sexual del cuerpo ajeno? ¿Y si esas exigencias del uno sobre el otro fuesen un síntoma de dominación, chantaje y coacción? Y si, encima, tuvieran la impostura y la mentira de presentarse invocando al amor como su pretexto?

Temáticas: Fecundidad del amor