La semilla del amor

La semilla del amor

Paul Corcuera

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Un hijo, cada hijo, es para su padre y madre una fascinante experiencia de Dios Creador en sus vidas. Un haberlo procreado con Dios Trino, “mano a mano, codo con codo”, juntos por amor y para amar.

Fragmento Original

“El niño que llega «no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento». No aparece como el final de un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor como una característica esencial que no puede ser negada sin mutilar al mismo amor.” (La alegría del amor, n. 80)

Comentario

El amor conyugal se orienta hacia la fecundidad de los hijos. Cada hijo no es sólo una singularidad genealógica. Es mucho más. Es un espíritu personal inédito, único, de un valor incondicional y para siempre. Los padres aportamos al hijo una genética. Pero falta lo más importante y diferencial. La realidad de su espíritu personal, el de cada hijo, donde los padres ven la manifestación de la intervención de Dios, en la procreación. Una intervención creadora de su espíritu que sobrepasa nuestras capacidades humanas. Ese espíritu encarnado, el de cada hijo, se nos confía a nuestro amor de esposos y padres. Para que lo amemos incondicionalmente, eduquemos, cuidemos y mantengamos su vida encendida.

Los que tenemos hijos sabemos que cada uno de ellos son una bendición y un regalo que nos sobrepasa. Algo –espero que mucho– de lo que tienen en la cabeza y en el corazón, proviene de nosotros. Los hemos engendrado, los formamos, los vemos crecer, tomar sus propias decisiones, formar sus propias familias. Todo ello gracias a nosotros. Es, sin duda, un gran misterio: ellos, cada uno, han estado presentes, desde su semilla hasta el árbol maduro, en la historia de amor vivida con mi esposa.

Temáticas: Fecundidad del amor