La ternura ablanda corazones

La ternura ablanda corazones

Rosario García Naranjo

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Si amo, no sólo tengo, “soy” ternura. Porque quien ama soy yo mismo, puedo comparecer “en modo ternura” por todo mi cuerpo: al mirar, al hablar, al besar y abrazar, al escuchar, en cualquier gesto, en toda acción y conducta.  Puedo ser tierno, por amor, hasta en aquellos silencios con los que te digo “te quiero”.

Fragmento Original

“En el horizonte del amor (…) se destaca también otra virtud, algo ignorada en estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales: la ternura. (…) (La ternura) Es entonces una intimidad consciente y no meramente biológica”. (La alegría del amor n.28)

Comentario

La ternura es el sol del amarse. ¿Por qué? Porque el amor, además de amante y amado, es seno donde brilla una luz viviente y vivificante. Ser seno cálido y luz viviente son la entraña de la ternura amorosa. El seno de la unión que, en su culmen, el amor hace ser a quienes se aman. Y el sol de ese seno, el del ser unión, es la ternura. Ella irradia, como un sol, la luz cálida que vivifica el amarse.

Por eso, la ternura es calidez y suavidad. La delicada y exquisita manifestación al amado de la íntima belleza del don y de la acogida del amante. Es el calor que irradia la zarza que arde sin consumirse, el fuego acogedor que acompaña sin abrasar. La ternura es la llave maestra que abre la íntima confianza; es la dulzura de la paz y la concordia entre los amadores. La fuerza “sin fuerza”, aquel sutil poder “sin poder de dominación”, que ablanda la dureza del corazón. La ternura conmueve la propensión egoísta y la corrige. Incita con su suavidad a corresponder. La ternura es la luz del amor.

Nos es imprescindible redescubrir la ternura. En cada vínculo amoroso. En el seno de cada familia.

Que no nos falten tiempos y espacios del hogar para vivirla. Que no se tenga vergüenza de ser tierno y expresarlo. No es cursilería ni signo de debilidad. Todo lo contrario.  La ternura brota del poder del amor. De su verdad y bondad. La ternura es lo que ablanda los corazones, lo que evita que se conviertan en duras, insensibles o crueles piedras.

He conocido personas que consideran debilidad las manifestaciones de la ternura. Por algún error o complejo profundos, detestan parecer vulnerables. Temen amar. Van con cien corazas, escondidos en sus armaduras, evitando darse y acoger en su intimidad. Para esas personas, la calidez o la dulzura de la ternura son fragilidades, artimañas o astucias del necesitado, ñoñerías infantiles, desnudos impertinentes y agobiantes. Pero ¿cómo es posible amar pretendiendo no conmoverse, no manifestarse íntimo y desnudo de personajes, escondiéndose, y elaborándose afuera –en la comunicación afectiva- en forma de personaje frío y dominante? Pues es imposible.

La ternura no tiene palabras, porque ella misma es inefable. Es luz que vivifica. Por eso, las “ilumina y vivifica” a todas, como también a cualquier gesto, conducta o hecho. Es capaz de transformar cualquier cosa en comunicación amorosa, íntima, cálida, delicada, veraz, auténtica y bondadosa. Un inmenso poder. La ternura sabe aprovechar los silencios para transmitir amor inefable y cálido, creando ambientes y entornos de paz, confianza y armonía.  Sin ruidos, sin palabras. Irradiando a los corazones esa luz que los ablanda, conmueve, calienta y vivifica.

Es la ternura la que sabe decir en silencio “te quiero”. Con la mirada, con la sonrisa, con un abrazo, con un beso en la mano, con preparar un café, con un chocolate, un guiño cómplice, o con acariciar los cabellos. La ternura trae la revelación afuera de la intimidad más honda, porque comunica el amor que tenemos en el corazón.

Temáticas: Ternura