El silencio del cuerpo

El silencio del cuerpo

Gloria Huarcaya

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La ternura es la temperatura del lenguaje del amor en la familia. La calidez, dulzura y delicadeza con que el espíritu personal hace sensible el fervor de su amor en cualquier manifestación del darse y del acogerse mediante su cuerpo.

Fragmento Original

“En el horizonte del amor, central en la experiencia cristiana del matrimonio y de la familia, se destaca también otra virtud, algo ignorada en estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales: La ternura”. (La alegría del amor, n. 28)

Comentario

Me asombra cómo a los niños pequeños –por ejemplo, a mis hijos– les brota de manera tan natural compartir besos, abrazos y las palabras dulces con aquellos que les quieren.  Los niños aman con ternura. Parecen maestros en darla y en pedirla. ¡Qué espontánea naturalidad la suya!

Y da que pensar cuánto nos cuesta hacer lo mismo a los adultos. Esa intimidad adulta, a veces, está contaminada –tal vez, amordazada-  de miedo y sospecha. Escondemos nuestro interior desnudo. Lo acorazamos de personajes que aparentamos, pero no somos. No nos resulta tan sencillo, como a los niños, expresar, con sencilla naturalidad, los afectos y los sentimientos amorosos sobre todo en aquellas de sus manifestaciones más dulces, cálidas e íntimas.

Sin embargo, cuánto bien – ¡cuánta comunicación directa, inmediata, auténtica de nuestro ser íntimo de esposos, padres, hijos! – trae a nuestros amores familiares ir al encuentro de los nuestros, dispuestos a dar cariño y calor, mediante nuestro cuerpo y a través de nuestros sentidos, envolviéndolos de ternura.

La ternura, en los amores que vivimos en la familia, expresa el latido más hondo e intenso, el más desnudo e inmediato de nuestro corazón de marido o mujer, padre o madre, hijo e hija, abuelo o nieto… cuando comunica  “el fuego” de su amor con sus gestos, actos, conductas.

Mediante la ternura, nuestra misma persona, en su desnuda intimidad, se hace presente y “acaricia” -ella misma- el don de sí y la acogida en sí compareciendo así dentro del saludo, el abrazo, el beso, en la manera de hablarnos, de pasar la taza de café, de escuchar al otro alegrías o penas… La ternura es la calidez y dulzura del don y la acogida. No es cualquier calor, ni cortesía. Es aquel “calor intenso” y “estremecimiento del latido”, con que palpita el espíritu de la persona, al amar y comunicarlo al amado. Una “joya sensible” de nuestro espíritu, cuyo acto de existir no es un principio frío, aislado, solitario y despiadado hacia los demás. Una joya del espíritu que la persona encarna en su cuerpo convirtiéndolo en caricia del amor. Nuestro acto de existir es un principio de vida cálida, abierta a los demás, al donar y al acoger. La ternura brota de esa hondura viviente que es nuestro ser personal. El pálpito más delicado y exquisito con que al amar, sin necesidad de palabras, nuestro corazón espiritual se hace sensible al amado y en silencio, y sin otra palabra más intensa que la ternura misma, le dice mediante su cuerpo: “Soy entero y sincero, caricia para ti, amor mío”.

La ternura manifiesta, mediante el cuerpo “en modo caricia”, lo inefable del espíritu personal al amar dándose y acogiendo en sí. Por eso, cuando nuestras personas quieren ser tiernas intuyen comunicarla, de forma más directa e inmediata, compareciendo en “vivo silencio” dentro del universo de las caricias sin palabras, más que poniéndose en el discurso oral o escrito. En este sentido, la caricia es silencio del cuerpo porque le trae lo inefable, pero lo estremece hasta sus tuétanos porque le comunica la ternura del espíritu al darse y acoger.

Temáticas: Ternura