La manifestación más estremecedora del amor es la ternura. Calor de su bondad. Luz de su verdad.
Fragmento Original
En el horizonte del amor, central en la experiencia cristiana del matrimonio y de la familia, se destaca también otra virtud, algo ignorada en estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales: la ternura. Acudamos al dulce e intenso Salmo 131. Como se advierte también en otros textos (cf. Ex 4,22; Is 49,15; Sal 27,10), la unión entre el fiel y su Señor se expresa con rasgos del amor paterno o materno. Aquí aparece la delicada y tierna intimidad que existe entre la madre y su niño, un recién nacido que duerme en los brazos de su madre después de haber sido amamantado. Se trata —como lo expresa la palabra hebrea gamul— de un niño ya destetado, que se aferra conscientemente a la madre que lo lleva en su pecho. Es entonces una intimidad consciente y no meramente biológica. Por eso el salmista canta: «Tengo mi interior en paz y en silencio, como un niño destetado en el regazo de su madre» (Sal 131,2). De modo paralelo, podemos acudir a otra escena, donde el profeta Oseas coloca en boca de Dios como padre estas palabras conmovedoras: «Cuando Israel era joven, lo amé […] Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos […] Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta a un niño contra su mejilla, me inclinaba y le daba de comer» (11,1.3-4). (La alegría del amor, n. 28)
Comentario
La ternura brota de la intimidad entre dos personas, no de afuera. Y surge cuando quienes se aman se manifiestan las delicadezas de sus almas a través del cuerpo. La ternura tiene dimensiones distintas según sea el tipo de amor que la impulsa, pudiendo ser conyugal, filial, fraternal, entre abuelos y nietos, etc. En cada amor, que hay en la familia, se comparte y comunica una dimensión propia y distinta de la intimidad personal. En efecto, los familiares se besan, abrazan y sonríen. Unos son de los esposos, otros –no menos abrazos– son de los hijos, de los hermanos, de los abuelos a sus nietos.
Cuando se trata del amor conyugal, la ternura manifiesta el cálido cariño, el aprecio, el respeto, la admiración, e incluso la contemplación del cónyuge –de su belleza y atractivo– a través de su cuerpo, que ambos han hecho su íntimo patrimonio en común. En la medida que pasan los años, es la ternura, en su dimensión conyugal, la que enriquece y hace más profunda la intimidad entre los esposos. Es la ternura la que hace posible la vida matrimonial más allá de la condición física de los esposos y de su acumulación de cumpleaños. Porque la ternura es la cálida y dulce comparecencia del espíritu personal, en cuanto amante y amado, a lo largo y ancho de todo su cuerpo de varón y de mujer.
Por eso, los esposos veteranos, que se aman, se miran tan tiernamente, con la mirada de las miradas, se estrechan las manos, o se acompañan con una sonrisa… o mediante un silencio lleno de paz, confianza y ternura. Porque no encuentran, ni las hay, palabras con que expresar la unión de amor que sienten y tienen.