En cada familia late el amor incondicional y tierno del corazón de Dios. No lo mates. Vívelo.
Fragmento Original
“(…) en medio de la vida cotidiana de la familia (…) recordamos que esa persona que vive con nosotros lo merece todo, ya que posee una dignidad infinita por ser objeto del amor inmenso del Padre. Así brota la ternura, capaz de “suscitar en el otro el gozo de sentirse amado. Se expresa, en particular, al dirigirse con atención exquisita a los límites del otro, especialmente cuando se presentan de manera evidente” (La alegría del amor, n. 323)
Comentario
A cada uno de los miembros de nuestra familia Dios lo quiere con un amor inmenso. A cada uno ha llamado a esta vida y lo llama a la vida eterna. Dios infunde su amor en los corazones de quienes son esposos, padres y madres, hermanos, abuelos y nietos. He ahí la fuente del milagro de ternura, incondicionalidad y profunda intimidad de los amores familiares. La razón de su altísima dignidad. ¿Trato a mis familiares en coherencia con su dignidad? ¿Sobre todo cuando su atención me demanda más trabajo?
Claudia conversa con Susana y ésta le habla sobre sus nietos. Se encarga de cuidarlos tres veces por semana. Claudia le pregunta: “cómo haces para tener tanta paciencia?”. Susana responde: “me basta con mirarlos a los ojos y decirles mentalmente: estoy contenta porque tú necesitabas que alguien te cuidara y yo te pude atender. Me pasó igualmente cuando mi madre enfermó. No era fácil ir y venir del hospital y luego quedarme a cuidarla en casa. Lo que me daba fuerzas y ánimo era precisamente mirar a mi madre a los ojos y decirle lo mismo que ahora digo a mis nietos: “tú me necesitabas y qué bueno que pude ayudarte. Verás Claudia que lejos de terminar agotada –bueno sí, una se cansa- terminas con una gran satisfacción.”