El hijo procede del adentro íntimo del amor conyugal. No lo trae la cigüeña desde afuera. No es un añadido externo. Es una efusión viviente del interior de la unión conyugal hacia la vida de la familia y de la sociedad.
Fragmento Original
“El niño que llega << no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don reciproco, del que es fruto y cumplimiento >>. No aparece como el final de un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor como una característica esencial que no puede ser negada sin mutilar al mismo amor” (la alegría del amor, n.80)
Comentario
Ayuda mucho a los padres jóvenes entender que los hijos brotan del mismo corazón de su amor conyugal, que no vienen de afuera, de algo extraño a ellos. La paternidad y la maternidad no son añadidos externos, independientes, del ser varón o mujer. Son dimensiones constitutivas de su ser y, por eso, forman parte integrante desde el principio de su amor conyugal, del don y acogida recíprocos de su masculinidad y feminidad.
Esta comprensión los llenará de confianza y a quitar ese miedo, que muchos tienen, a abrirse a la paternidad y la maternidad. La dinámica de la fecundidad dentro del amor conyugal es algo propio de su amor. El paradigma de esta fecundidad son los hijos, pero en el fondo es la construcción de lo “nuestro”, de esa recreación de la vida por vivir lo nuevo, como la única unión del nosotros que somos, que la hemos creado tú y yo.
Por eso, con toda verdad y propiedad, decimos: nuestro amor, nuestra vida, nuestros hijos, nuestra familia.