Amamos como somos. Amamos con todo nuestro ser. Con el alma y con nuestro cuerpo. Por ello, se debe aprender a amar de manera integral.
Fragmento Original
“La sexualidad no es un recurso para gratificar o entretener, ya que es un lenguaje interpersonal donde el otro es tomado en serio, con su sagrado e inviolable valor.” (La alegría del amor, n. 151
Comentario
La condición sexuada masculina y femenina es una dimensión muy profunda de la intimidad de la persona que modaliza la totalidad del ser. Espíritu, alma y cuerpo son convocados cuando amamos. Y cada dimensión espiritual y psicosomática aporta su peculiar contenido. No en forma caótica, amontonada o parcial. Sino de manera ordenada e integrada con el concurso del entendimiento y de la voluntad. Por eso san Agustín dice que “el orden del amor son las virtudes”.
En el amor conyugal hay un especial sello de Dios, pues a imagen y semejanza nos creó varón y mujer. Y por este amor conyugal, varón y mujer dejan a sus padres, que es su primera relación íntima de origen, para convertirse en una sola carne. El amor conyugal convoca a comunión al espíritu personal, al alma y al cuerpo masculino y femenino de cada esposo. Los esposos tienen sus cuerpos y almas, en cuanto masculino y femenino, puestos en copertenencia común. Ya no son cada uno de sí mismos. No son ya dos. Se han hecho el uno de otro. Son la unión de sus personas sobre la unidad de sus cuerpos masculino y femenino.
No tenemos, a modo de cosa accidental, un cuerpo masculino o femenino. Somos cuerpo. Somos varón o mujer, como las dos maneras de ser humanos. Por eso, en el amor conyugal, el don y la acogida de las personas mediante la comunión de sus cuerpos, es un factor definidor y determinante de su amor y manera de vivirlo. Amamos con las miradas, con el roce de los labios, con las manos que se tocan, con una sonrisa, y con la entrega total de mi cuerpo. Y ello es una comunicación real, directa. De tal manera que cuando se disimula o no se va entero a la relación, hay un sentimiento de manipulación y engaño que mengua la relación.
La entrega y acogida de la condición masculina y femenina requiere un cuidado muy especial entre ambos esposos. Se entrega un ámbito muy íntimo y desnudo. Con una específica valía incondicional y definitiva. Y en ella, ambos son el uno del otro. Porque eres lo más íntimo e importante para mí, deseo darte todo lo mejor que tengo, que se manifiesta a través de lo más tangible aquí y ahora, en el correr diario de la vida ordinaria.
Este ser el uno del otro pide manifestarse en gestos apropiados, en comunicación no verbal de la complicidad y amor íntimos, en la exclusiva fidelidad de lo que ambos somos. Y eso es un arte y una sabiduría fascinante, en la que, aún veteranos, aprendemos cosas nuevas cada día.





