Educación para el amor

Educación para el amor

Mariela Briceño

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¿Cuándo nos jugamos, por primera vez, crear un abismo entre sexo y amor? Durante la adolescencia.

Fragmento Original

“Es irresponsable toda invitación a los adolescentes a que jueguen con sus cuerpos y deseos, como si tuvieran la madurez, los valores, el compromiso mutuo y los objetivos propios del matrimonio” (La alegría del amor, n. 283)

Comentario

Estas palabras del Papa Francisco nos urgen a la educación de la sexualidad. La define como una de las responsabilidades más apremiantes de los padres. Como el mismo lo dice, es una positiva y prudente necesidad, que sólo se entiende en el marco de una educación para el amor, donde se cuide el sano pudor, y se incluya el conocimiento del significado, el respeto y la estima de los valores de la diferencia sexual masculina y femenina.

Nuestros hijos pasan años aprendiendo a leer y escribir, matemáticas, lengua, física y química, idiomas, tecnologías. Ellos mismos descubren y aceptan que practicar su deporte favorito les supone horas de entrenamiento, constancia y superación. ¿No sería una extraña contradicción –una sospechosa estupidez- pensar que lo único que no necesita educación, ni valores para crecer y madurar, es la sexualidad de los adolescentes, los impulsos y tendencias de su cuerpo masculino y femenino?

Los padres no podemos evadirnos, abandonando la educación y maduración de la sexualidad de nuestros hijos en manos de medios, fuentes y sujetos que, desde luego, no les aman como nosotros, ni pretenden que maduren como personas, ni aprendan el respeto de sus cuerpos, el propio y el ajeno, ni pueden enseñarles el amor verdadero y bueno.

Los padres queremos lo mejor para nuestros hijos ¿cómo dejar la educación de su sexualidad, tan decisiva para su vida futura, en manos ajenas, que pueden hacerles mucho daño?

A los niños y adolescentes hay que ayudarlos a que aprendan a protegerse de malos hábitos y de aquellos usos del cuerpo, que ven en las películas o redes sociales, que les vuelven egocéntricos, frívolos, irresponsables, y codiciosos del uso lúdico y sensual de los cuerpos. Las personas humanas masculinas o femeninas no tenemos cuerpo, como una cosa con la que se puede hacer lo que venga en gana. Somos cuerpo. Y por eso, lo que hacemos al cuerpo nos lo hacemos a nosotros mismos, a nuestra propia persona. El mal uso del cuerpo, deteriora y empobrece al sujeto personal.

Explicarles que gobierno integral de cuanto somos -espíritu, alma y cuerpo masculino y femenino- no quita la libertad, sino que la garantiza. Que para amar y ser amados, será imprescindible haber aprendido a ser señor de sí mismo. Que quienes son esclavos de sus impulsos, no podrán amarnos de verdad, porque sólo nos buscarán para satisfacerse y, luego, nos echarán a un lado como basura que estorba. Todo eso y más, nuestros hijos han de aprenderlo de sus padres, en el hogar, aprovechando las ocasiones de la convivencia diaria.

Y nunca debemos olvidar un gran secreto de los padres: si ellos, como esposos, se aman y se viven unidos, entonces poseen una de las más poderosas armas para la educación del amor y la sexualidad de sus hijos. Esa arma –la unión de amor de sus padres- es semilla sembrada en su más honda intimidad y un referente ejemplar para toda su vida adulta.

Temáticas: Sexualidad